Los pioneros
El lunes, después de desayunar me puse a leer la crónica que desde Edimburgo publicó Rafael Ramos en este diario. Que, mañana jueves, con toda probabilidad el Partido Nacional Escocés ganará sus terceras elecciones escocesas consecutivas. Que las primeras las ganó contra todo pronóstico, las segundas con el objetivo de convocar un referéndum sobre la independencia y las terceras, las de mañana, “como el partido del establishment de centro izquierda, avalado por el 50% de los votantes”. Que no se prevé un segundo referéndum soberanista, porque, si lo pierden, les pasaría como a Quebec, donde el asunto ha quedado arrinconado hasta que, de aquí a unas generaciones, decidan volver a sacarlo a la palestra (o no)... Y entonces, mientras leía todas estas consideraciones, me vino a la memoria haber leído en algún libro la historia de la última vez que Escocia invadió un país.
No recordaba qué país fue ni cuándo se produjo la invasión. Ni el libro en el que lo había leído. Me puse a remover la biblioteca. ¿En este, quizás? Lo hojeé. No. ¿En este otro? Tampoco. Abrí docenas hasta que por fin –aleluya– lo encontré. El libro se titula General ig- norance. Se editó en el 2006 y sus autores son John Lloyd y John Mitchinson. Lleva un prólogo delicioso de Stephen Fry. El fragmento en el que habla de aquella última invasión (más bien intento de invasión) está en la página 271 y el país en cuestión es Panamá.
¡Panamá! William Paterson, fundador del Banco de Inglaterra, diseñó un plan para establecer un núcleo comercial y de negocios –la Company of Scotland Trading to Africa and the Indies– en Panamá, en la actual provincia de Darién, que sirviese como enlace entre la riqueza del Pacífico y los comerciantes de Europa. El Gobierno inglés se desmarcó rápidamente porque estaban en guerra con Francia y no querían arriesgarse a irritar a los españoles. Y prohibió a sus ciudadanos que invirtieran ni un penique. Paterson llevó todos sus fondos a Escocia. El entusiasmo de los escoceses fue tal que consiguió 400.000 libras en sólo seis meses. En 1698 la primera flota de cinco barcos zarpó de Leith. Llegó a Panamá en noviembre. Desafortunadamente, estaban poco preparados y mal informados. La tierra donde habían pensado establecerse era una marisma incultivable e infestada de mosquitos. En seis meses, doscientos de los mil doscientos colonos habían muerto ya de malaria. Cada día se añadían diez más. Cuando llegó el verano se les habían acabado las provisiones. Las noticias de un inminente ataque español les acabó de desanimar del todo. Sólo trescientos consiguieron volver vivos a Escocia, una Escocia que se lo había jugado todo en aquel plan que dejó la economía del país por los suelos. Siete años después, Escocia fue forzada a firmar el Acta de Unión con el reino de Inglaterra. Si la jugada les hubiera salido bien, los escoceses habrían sido los pioneros de los papeles de Panamá que ahora encontramos cada día en los medios de comunicación.
Me vino a la memoria haber leído la historia de la última vez que Escocia invadió un país