La Vanguardia (1ª edición)

‘Correbous’ y violencia

- Pilar Rahola

La violenta agresión a Aïda Gascón, presidenta de AnimaNatur­alis, y a su compañera Yasmina Moreno, cuando grababan un correbou en Mas de Barberans para saber si se incumple la normativa (como pasa a menudo), sólo es culpa de los agresores. Es decir, tanto desde la perspectiv­a ética como penal no se puede culpar a todos los que veían el espectácul­o de lo que hacían cuatro impresenta­bles. Dicho esto y visto el vídeo de la agresión, ¿realmente no hay culpa colectiva? ¿O cuánta culpa sutil y cómplice queda repartida entre los que veían el espectácul­o?

Mi respuesta: mucha. Primero porque hablamos de un espectácul­o de por sí violento, basado en la tortura a un animal inocente considerad­o simple carne de feria, sin respeto por su vida ni empatía por su padecimien­to. La crueldad se puede disfrazar de muchas maneras –tradición, valentía, cultura–, pero sólo es crueldad. Y no hay duda de que los correbous en todas sus variantes, especialme­nte cuando les ponen fuego en los cuernos o tiran de ellos con cuerdas, son pura, simple y primitiva crueldad. No hay belleza ni humanidad en una fiesta que estresa y maltrata a un animal y, en consecuenc­ia, el

Durante la agresión a las animalista­s, el público de los ‘correbous’ aplaude y anima a los agresores

gusto por este tipo de espectácul­os está demasiado cerca del gusto por la violencia, aunque sólo sea como observador­es.

En el caso de la agresión en Mas de Barberans (no es el único lugar donde los animalista­s han sufrido insultos y agresiones), es evidente que hay una culpa que trasciende a los violentos y señala a los que observaban la agresión. Durante todo el rato que las chicas son agredidas, la mayoría del público se lo mira encantado, aplaude e incluso anima a los agresores, y la agresión sólo se detiene cuando unos responsabl­es del evento interviene­n. No hay ni un solo vecino de la zona que se levante para detener los golpes, e incluso algunos se añaden a la fiesta de golpear a las chicas, tirar del pelo y romper cámaras. Durante toda la agresión, los gritos de “olé” son la música de la tangana, es decir, la música del ser humano cuando pierde su condición y se convierte en una masa chillona y amorfa. Lo del silencio de los buenos... o no tan buenos…

Lo podemos justificar de muchas maneras, pero los correbous no tienen cabida si es que nos creemos aquello de hacer un país mejor. Ni Catalunya ni ninguna nación decente puede amparar legalmente el maltrato a los animales y si lo hace pierde su decencia. Un día u otro, más temprano que tarde, los catalanes tendremos que dar un paso adelante y prohibir todo espectácul­o que usa los animales como saco de boxeo de las bajas pasiones humanas. Debemos acabar el buen trabajo que hicimos cuando prohibimos los toros. Pero lo hicimos a medias, incapaces de frenar la tortura con barretina. Y, como es bien sabido, las buenas intencione­s, como los embarazos, no pueden ser a medias. Los correbous son una vergüenza catalana, y tenemos que acabar con ella.

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