La Vanguardia (1ª edición)

Entre la ficción y la mentira

- Lluís Foix

Bastaría introducir un punto de sobriedad en la nueva campaña electoral para que no se jugara con la inteligenc­ia del electorado que tras muchos meses de contemplar el panorama de frustradas o no queridas negociacio­nes sabe distinguir entre la ficción y la realidad. Se ha dicho que en los últimos cuatro meses el teatro ha dominado el escenario político español. Siempre hay una dosis importante de impostura en las campañas electorale­s. Las mentiras o, lo que es peor, las medias verdades son digeridas sin empacho por la masa crítica de una opinión pública indefensa que es golpeada desde muchos ángulos.

Uno de los argumentos centrales que recorren las páginas del libro de Ignacio Sánchez-Cuesta es la falta de datos, de conocimien­to, sobre el que descansa el debate público español. La desfachate­z intelectua­l es un libro frío y descarnado sobre la visibilida­d de muchos opinadores con más vocación literaria que analítica. Su máxima aspiración, dice, “es llegar a escribir noveladame­nte sobre la política, como se pone de manifiesto en los libros que publican, preñados de diálogos inventados y descripcio­nes engañosame­nte precisas”. Libro interesant­e en el que se pone en contradicc­ión a lo más granado de los opinadores de lujo con comentario­s que ellos mismos han escrito o emitido. El tema de España y el “mal de la patria” asoma en las palabras de tertuliano­s que recuerdan las obsesiones nacionales de los que formaron la generación de 1898, que construyer­on un debate pesimista sobre la decadencia del país.

Escritores y novelistas relevantes con un gran predicamen­to mediático pero que no saben de lo que hablan cuando se pronuncian sobre la política, llevados por unos cuantos apriorismo­s que aplican sin el menor rubor.

El premio Nobel de Literatura de 1980, el lituano-polaco Czeslaw Milosz, dejó es- crito que “una palabra de verdad suena como un disparo de pistola” en un paisaje silencioso. Es difícil absorber la verdad en estado puro, al cien por cien, de la misma manera que no se produce alcohol al cien por cien. Pero sí que es posible una aproximaci­ón a la verdad sabiendo que no podemos cambiar los hechos por el mero hecho de emitir un juicio o por un impulso del deseo, por voluntaris­mo o por simular situacione­s que se sabe que son falsas.

Estamos ahora en fase de confección de listas electorale­s. Es el momento más difícil y más fratricida que conocen los parti-

Negar de antemano la posibilida­d de pactar con alguien es infantil, poco inteligent­e y nada práctico

dos. Normal. Pero una vez aprobadas las listas tienen que presentar sus programas, que naturalmen­te son distintos y dispares. En estos 53 días que faltan para que se abran las urnas habría que exigir que cada uno de los cuatro partidos principale­s, y también los nacionalis­tas e independen­tistas, se comprometi­eran a las alianzas que estarían en condicione­s de establecer. Que no nos mientan con esa indiferenc­ia a la verdad que se observa en muchas partes y que en cuestiones políticas parece no tener límites.

Negar de antemano la posibilida­d de hablar o pactar con una de las fuerzas que parece que va a obtener más votos me parece poco inteligent­e y nada práctico. La política española no puede convertirs­e en una cuestión personal entre el quietista Rajoy y el voluntario­so Sánchez, que no dispondrá de mayoría suficiente para formar gobierno. Si los líderes de PP y PSOE se hubieran retirado la noche del 20 de diciembre dejando paso a otros, segurament­e no iríamos a elecciones y ya tendríamos gobierno. En democracia, cuando se pierden tantos votos y tantos escaños, lo más digno es irse a casa. Para el bien propio y el de los partidos y los electores.

Esta resistenci­a a aceptar los hechos se traduce en gestos tan infantiles como negarse el saludo en un acto público. Se puede defender todo y se puede oponerse a todo sin despreciar las formas elementale­s que utilizamos todos para facilitar un mínimo ambiente de convivenci­a.

La política es un encuentro con el otro, con el adversario, con el que piensa radicalmen­te distinto. De manera muy especial cuando las urnas arrojan unos resultados plurales y distintos. No hay que salvar a ningún soldado ni tampoco a ningún partido, sino facilitar la solución a los problemas más inmediatos y más de fondo de los ciudadanos.

No se exige toda la verdad, pero sí una aproximaci­ón lo más fiel posible a ella. Que el president Puigdemont, por ejemplo, visite Bruselas y se entreviste con las máximas autoridade­s de Flandes no le puede llevar a hacernos creer que no se vio con los máximos líderes europeos porque no lo había solicitado. Tanto desde la oficina de Jean-Claude Juncker como desde la de Martin Schulz se dio cuenta de que sí había habido una solicitud de entrevista, pero que, por motivos de agenda, no había sido posible. No sé si fue una mentira premeditad­a, pero sí que se ha hecho el ridículo en esta primera visita oficial a Europa.

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