La Vanguardia (1ª edición)

El adiós dulce de una gran maestra

MEY HOFMANN (1946-2016) Cocinera y creadora de la escuela de cocina Hofmann

- CRISTINA JOLONCH

Se marchó sigilosame­nte. Elegante y discreta, como fue siempre, mientras algunos de los comensales que la admiraban degustaban, sin sospecharl­o, su último postre. Era el lunes por la noche y la Acadèmia Catalana de Gastronomi­a entregaba su premio especial a la Escuela que Hofmann creó en 1983 para enseñar lo que ella misma había aprendido de los mejores maestros de Europa . El premio lo recogió su hija Sílvia, excusando la ausencia de su madre que, dijo, estaba enferma. Muy pocos entre los invitados sabían que padecía un cáncer –había superado otros dos– y se apagaba mientras ellos acababan la cena con un dulce cactus en el que todo, hasta las espinas y el tiesto, era comestible. Con una sonrisa y el dulce en los labios, algunos lamentaban que la maestra de los postres se hubiera perdido la fiesta, ella que acompañaba siempre a sus colegas cada vez que recibían un premio.

Mey Hofmann fue una mujer sensible y emprendedo­ra que demostró que para funcionar como un reloj suizo, a las cocinas no había que engrasarla­s con disciplina militar ni falta de respeto. Su colega Carme Ruscalleda la definió en su último libro como “una cocinera profesiona­l, creativa, emprendedo­ra y valiente, capaz de llevar a cabo un proyecto propio que empezó como plataforma docente en pro de una cocina moderna en la que supo percibir el giro hacia la ligereza, hacia la estética y hacia un placer sensorial de nuevo cuño”.

Quienes estuvieron a su lado todos estos años y la acompañaro­n hasta el final explicaban ayer que sin levantar la voz a nadie, esta mujer que antes de ser cocinera había estudiado arquitectu­ra de interiores y economía, regentaba sus negocios (tres restaurant­es y una pastelería) y había construido una de las mejores escuelas de hostelería del mundo, por la que han pasado reconocido­s chefs que hoy triunfan en todo el planeta. “Nunca le escuchamos un grito ni echar una bronca a nadie. Si algo le había sentado mal, lo comentaba a los más íntimos”. Eso, explicaba Sílvia Lafarga, su mano derecha durante diecinueve años de complicida­d, viajes y proyectos, “lo dice todo de una persona que coordina un equipo tan numeroso”.

Mey Hofmann era meticulosa, elegante y presumida, y cuando le preguntaba­n la edad daba como respuesta su signo del zodiaco: géminis. Amaba la belleza de los interiores, la fragilidad de las flores, sobre todo las peonias y la inmensidad del mar. Sabía que esta vez el final era inminente, y organizó el futuro de su empresa, en la que la sucederá su hija Sílvia Hofmann, y hasta cómo será mañana su funeral. Sonará la música de Serrat y le dedicarán un poema. Insinuó que le gustaría un recuerdo en el diario. Se olvidó de pedir, porque Mey Hofmann jamás pedía nada, que nos apresurára­mos en hacer el reportaje que quedó pendiente sobre ese imperio que creó con tanta discreción y que deja en pie. O que se le otorgara ya ese premio Ciutat de Barcelona que tal vez ya tendría si algunos ingenuos no hubieran pensado que habría Mey para años.

Ayer, triste por la pérdida, Ferran Adrià recordaba a su amiga –con la que colaboró en La Fàbrica del Menjar Solidari para El Casal dels Infants- como “una precursora en la enseñanza de la cocina y una mujer avanzada a un tiempo en el que ser cocinera reconocida no era habitual. Ha sido una vanguardis­ta que deja un legado brutal”.

Con una sonrisa triste, el chef Sergi Arola recordaba que hace años el entonces rey Juan Carlos le dijo que había estado en su escuela y había quedado impactado por la directora. “Al principio no caí, porque yo había estudiado en la escuela de Muntaner y el director era un hombre. Pero pronto me di cuenta de que quería hacerme un elogio y no se le ocurría que un buen chef pudiera salir de una escuela que no fuera la de Mey Hofmann”.

Los postres fueron su gran pasión. El pastelero Christian Escribà la recordará como “un referente y orgullo de Barcelona. Una de las mujeres más relevantes de la gastronomí­a mundial, sobre todo por su labor docente”. Fue, recordaba Jordi Roca, “una persona meticulosa con una elegancia natural que alcanzaba toda su obra, una gran formadora de equipos que fue generosa compartien­do su conocimien­to”.

Su optimismo lo echarán de menos. Así lo afirmaba Carles Gaig. “Afrontó la vida con un optimismo extremo. Y pasó malos momentos, como cuando le hicieron cerrar su primer restaurant­e y no sólo salió adelante sino que abrió un montón de establecim­ientos más. Pocas personas han hecho tanto por la gastronomí­a en Barcelona como ella. Sin desviarse un gramo del camino de la excelencia”.

Creó restaurant­es, una pastelería y una de las escuelas más prestigios­as del mundo sin levantar la voz

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PEDRO MADUEÑO / ARCHIVO

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