La Vanguardia (1ª edición)

Hubert Robert, el versátil

El Louvre dedica una muestra al rector del Bellas Artes, germen del propio Louvre

- Ó. CABALLERO París

Reconocimi­ento del Louvre a uno de sus más antiguos funcionari­os, quince salas reúnen la mayor exposición desde 1933 de la obra múltiple de Hubert Robert (1733-1808), tipo mundano y artista más bien académico, reivindica­do “no sólo por su destreza técnica y su manera única de plasmar el paisaje, sino también porque su pincel atrapa lo grandioso y lo sublime”dice Guillaume Faroult, conservado­r del Louvre y comisario de la muestra. Educado en el confort y la erudición y luego estudiante aventajado en Roma, Robert es una bisagra entre la monarquía de designio divino, cuya decadencia refleja en la pintura de vestigios que le valdrá el título de Robert de las ruinas, y las tumultuosa­s horas de la Revolución, a las que sobrevivir­á con estilo de nadador en aguas revueltas.

Su destino lo sellan sus años romanos, entre 1754 y 1765. Gracias a Piranesi, afianzó el sentido de la arquitectu­ra y la pintura de ruinas; por el otro, frecuentad­or con Jean-Honoré Fragonard de la otra Roma, la popular, dibuja y pinta gente del pueblo y retrata los oficios. Pero mientras que Fragonard inyecta desgarro y deseo a sus trabajos, Robert prefiere un distanciam­iento que, en su beneficio, lo aproximará al cliente. De hecho, apenas puso los pies en París, en julio de 1766, la Academia Real de Pintura y Escultura lo integró como pintor de arquitectu­ra. El título le abrió las puertas del salón, bienal del palacio del Louvre para artistas vivos. En sus últimos años romanos, además, conoció a un rico aficionado francés, Watelet, que lo introdujo en la concepción del arte del jardín y del paisaje. “Fue el decorador de moda a finales del XVIII –explica el comisario– y sus paneles pintados ornaban la mayor parte de los palacetes parisinos”. En 1783, Luis XVI compra el castillo de Rambouille­t y para que María Antonieta lo aprecie, acude a Robert, quien diseña el jardín inglés y la Laiterie. E incluso los muebles, de inspiració­n etrusca.

También es apreciado como testigo histórico de la evolución de París. Su versatilid­ad quedó demostrada en el salón de 1789, en el que presenta lo que será un icono revolucion­ario, La Bastilla en los primeros días de su destrucció­n, como tituló el cuadro. Pero en 1793 es arrestado, “sospechoso por su reconocida falta de civismo y sus relaciones con

Pintor de ruinas y paisajes, decoró salones y hasta diseñó jardines y mobiliario para Luis XVI

los aristócrat­as”. Con el soplo de la guillotina en la nuca, Robert pide pinceles y pinta magníficas representa­ciones de la vida de los reos. En 1795, tras la caída de Robespierr­e, es liberado.

Es impecable su relación con el Louvre. De 1779 a 1806 vive en un apartament­o bajo la Grande Galerie (la exposición muestra su Projet pour la transforma­tion de la Grande Galerie, una de sus obras maestras) y tiene taller frente a la Cour Carré. Y si por designació­n real es “guardián de los cuadros del Rey”, luego “conservate­ur du Museum National des Arts”, desde 1795 tiene a su cargo –a rey muerto, revolucion­ario puesto– el museo de Bellas Artes, génesis del Louvre.

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JEAN-GILLES BERIZZI / RMN-GP / AGENCE PHOTO DE LA RMN-GP La muestra reúne 140 obras de Hubert Robert

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