Duelo de reinas en el Lliure
Sergi Belbel dirige a Sílvia Bel y Míriam Alamany en la ‘Maria Estuard’ de Schiller
Hace 25 años el gran duelo de reinas lo protagonizaron Anna Lizaran y Maife Gil, dirigidas por Josep Montanyès. Un cuarto de siglo después, el trágico duelo se repite en el mismo sitio, en el Teatre Lliure de Gràcia, pero con nuevas contendientes, Sílvia Bel y Míriam Alamany, que dirigidas por Sergi Belbel van a luchar desde mañana y hasta el 5 de junio enfrentando dos religiones, dos reinos y, sobre todo, dos maneras de ser en Maria Estuard.
Las monarcas contendientes son Isabel I de Inglaterra (encarnada por Alamany), la reina que quiso ser virgen para dedicarse enteramente al gobierno, pura razón, y su prima María Estuardo, a la que da vida Bel y a la que Isabel I tiene prisionera y debe decidir si ejecutarla o no. María es la reina de los escoceses y, a diferencia de su racional prima, ha tenido una vida repleta de turbulencias –llegó incluso a ser reina de Francia, pero su primer marido, Francisco II, murió–, esposos, amantes y asesinatos: pura emoción destinada a la tragedia. Nada extraño que uno de los abanderados del movimiento romántico, Friedrich Schiller, convirtiera a las dos monarcas en protagonistas de un gran drama al que, eso sí, le dio sólo el nombre de la mujer cuya cabeza finalmente acabaría rodando.
Sergi Belbel, director y autor de la versión que se verá en el Lliure, explica que ha dejado la obra de casi cinco horas en sólo dos, reduciendo el número de personajes de los 19 originales a ocho, interpretados por siete actores: junto a Alamany y a Bel están Carles Martínez, Jordi Banacolocha o Àlex Casanovas, el único que repite del reparto de hace 25 años, sólo que entonces encarna- ba al joven Mortimer al que hoy da vida Marc Rius. “Quería explicar la obra con una mirada del siglo XXI, con el mínimo de elementos posibles, dejando el núcleo del conflicto: una reina en los últimos momentos de su vida y dos reinas que se han opuesto desde muchos puntos de vista pero que luego en el fondo no son tan diferentes”, dice Belbel, que recuerda que en la historia del teatro hay muchas mujeres fuertes y que ejercen el poder, pero que esta es una ocasión singular porque aquí no es una mujer contra un hombre, sino un enfrentamiento entre dos grandes mujeres. Alrededor de las cuales, dice, todo son conspiraciones e intrigas, hasta el punto de que hay personajes que no está claro si apoyan a una u otra, y en ese juego de máscaras “ellas son
Belbel explica que la obra opone la racionalidad extrema de Isabel I a la emoción de María Estuardo
las que mantienen la autenticidad”. Por supuesto, María Estuardo se lleva la peor parte. Ha sido hecha prisionera en un castillo –la fabulosa y elegante escenografía de Max Glaenzel contiene una enorme reja rectangular que desciende para aprisionarla como un animal enjaulado– y, dice Sílvia Bel, comienza la función destruida: lleva años encerrada y ha tenido una vida tremenda desde que enloqueció por el jefe de la guardia escocesa y todo empezó a descolocarse. Frente a ella, dice Alamany, una reina que ha cogido el poder y no lo deja. “De pequeña su padre ya cortó la cabeza a su madre, Ana Bolena, así que ya le viene de sangre lo de ejecutar”, bromea. Y dice que Isabel I se debate siempre entre lo que quiere y lo que debe, y duda si ha de firmar o no la sentencia de muerte de María Estuardo y, sobre todo, qué significa su vida o su muerte para su poder. Una muerte tremenda porque la Estuardo se pondría un vestido rojo para que no quedara manchado por la sangre y porque el verdugo, nervioso, necesitó tres hachazos terribles para que rodara la cabeza. Belbel explica que ha incluido en la obra la frase que la ejecutada borda sabiendo que la van a matar: “En mi fin está mi principio”. Así ha sido.