Sueños de ‘tamudazo’
Las creencias religiosas como las futbolísticas (¿acaso se diferencian?) suelen ser asumidas como una herencia familiar de obligado cumplimiento. Destinado a ser un aguerrido león, empecé a observar las andanzas pericas en 1984, cuando el Athletic de Bilbao de Clemente ganó la Liga y la Copa. En el pequeño patio del colegio Bellesguard, ahora residencia de alto standing , celebraba en silencio las victorias de los bilbaínos, mientras descubría el precio (o desprecio) de no formar parte de la mayoría culé. Fue entonces cuando encontré en tres compañeros pericos, irreverentes, peleones y aristocráticos, unos inesperados aliados para compartir aquellas primeras alegrías deportivas, que no tardarían en convertirse en sinsabores. Cuasi adolescentes perdidos en la Barcelona preolímpica, donde por ser de un equipo o de otro te podías ganar un guantazo la tarde menos pensada, el Espanyol era nuestra coartada punk: ¡no somos como vosotros (culés) ni queremos serlo! Fue imposible resistirse a abrazar la mística peri- ca. Han sido muchos los derbis vividos desde entonces, con incontables derrotas y pocas victorias que escriben la historia de una rivalidad vecinal que los culés intentan minimizar, señalado al Madrid como el único adversario digno de su adquirido estatus ganador, y los pericos exageramos como vindicación de la resistencia ante el coloso blaugrana. Tácticas de una guerra psicológica que encuentra en los bares y los vestuarios de gimnasio su campo de batalla. Las diferencias económicas han ido descafeinando los duelos, es cierto, pero la virulencia con la que reaccionó la tropa culé esta temporada tras el empate en Cornellà delató como les escuece tropezar con el vecino pobre. El domingo la lógica dicta que el RCDE saldrá goleado del Camp Nou, pero como ha demostrado el Leicester en una Premier señoreada por jeques y colegas de Putin, a veces los sueños son más poderosos que los petrodólares. Así que fantaseemos (ahora que podemos) con otro tamudazo.