El mítico Fredi Font
Uno de mis mejores amigos de infancia era del Espanyol, pero a mí no me importaba. De hecho, su segundo equipo era el Real Madrid (o quizás el Madrid era el primero, ahora no me acuerdo) y tampoco me importaba mucho. Fredi era un niño imaginativo, remilgado y sobre todo tenía un gran sentido del humor. Parecía exactamente que se quisiera hacer perdonar el hecho de ser del Espanyol (y del Madrid) a base de ingenio y chistes surrealistas. Yo se lo perdonaba todo. Congeniábamos fuera del campo y dentro del campo. En medio de los batiburrillos fenomenales de patio de colegio, nos buscábamos constantemente. Yo le pasaba la pelota, él me la devolvía, yo se la devolvía, e íbamos avanzando hasta que marcábamos gol. Y entonces nos abrazábamos. Lo que todo el mundo habría llamado la típica pared, él lo bautizó con una especie de ironía solemne como “jugadita”. Fuera del campo hablábamos sobre todo de fútbol , primero de nuestras “jugaditas” y después del Barça y del Espanyol (y disimuladamente del Madrid), y aunque lo hacíamos siempre en términos futbolísticos, de vez en cuando poníamos el sentimiento para que las discusiones tuvieran chispa. Echo de menos aquella rivalidad primigenia, de campo de tierra, y me sabe mal que el mundo de cierta tertulia deportiva y no deportiva nos lo haya arrancado.
Un día, a la hora del patio, nos tocó jugar en equipos contrarios, y supongo que porque no veía a Fredi empecé a driblar, hasta que recibí una patada, del mismo Fredi, claro, y me volví de mala manera y nos empezamos a pelear hasta que la maestra (la mítica Paca Vaca), nos separó y nos obligó a pasar el resto del patio cogidos de la mano. No habríamos tenido que darnos la mano para reconciliarnos Fredi y yo. Al cabo de un minuto ya estábamos reconciliados. A su lado, mientras echábamos los mocos hacia arriba y nos mirábamos de reojo, me di cuenta de que alguna cosa esencial nos separaba profundamente, pero sobre todo me di cuenta de que aquella misma cosa esencial sobre todo nos unía.