El jefe militar de Hizbulah en Siria muere en una batalla junto a Damasco
Badredín había cometido numerosos atentados y secuestros en Líbano
Con honores militares –banda de músicos uniformados de blanco, combatientes blandiendo amarillas banderas de Hizbulah, un gentío emocionado congregado en los alrededores del cementerio de los mártires de Raude el Chahedin– fue enterrado ayer en Beirut el comandante en jefe del Partido de Dios, Mustafá Badredín.
Murió en una fuerte explosión que hubo cerca de la carretera del aeropuerto internacional de Damasco, en un ataque de los grupos de la oposición armada al régimen de Bashar el Asad. Aunque el acceso está vigilado por el ejército sirio, atraviesa una zona en la que, de vez en cuando, cae bajo el fuego de los insurrectos. El poderoso Partido de Dios, infeudado a Irán, se ha comprometido a fondo en la guerra de Siria, donde han perecido muchos de sus hombres. Gracias a su ayuda, a su dominio de la técnica de la guerra de guerrillas, el ejército regular sirio ha podido conquistar localidades como Qusair, en el 2013, junto a la frontera libanesa.
EE.UU. considera que Badredín ha dirigido todas las operaciones militares de Hizbulah en Siria desde el 2011. “Solo regresaré a Beirut –declaró recientemente– como mártir o bien ondeando la bandera de la victoria”.
El tribunal especial para Líbano con sede en La Haya, encargado de esclarecer el confuso asesinato del exprimer ministro libanés Rafic el Hariri en el 2005, le acusó de ser el cerebro de aquel atentado en el centro de Beirut que, sin exageración, provocó un vuelco histórico en este país levantino.
Los jueces de La Haya han publicado varios mandatos de detención que Hizbulah ha rehusado ejecutar, impugnando la autoridad del propio tribunal.
Badredín, que tenía 55 años, es el tercer destacado dirigente del Hizbulah que muere en Siria. Inad Mogní, que había sido su predecesor en el mando militar y de los servicios de inteligencia, fue misteriosamente asesinado en Damasco en el 2008 antes del comienzo del tentacular conflicto armado sirio.
En la década de los ochenta, Badredín provocaba grandes entusiasmos y también odios pro- fundos porque era el responsable de muchos de los atentados y secuestros que azotaban la ciudad, denominada entonces “La Meca de los secuestradores”.
Su nombre estuvo vinculado a los mortíferos atentados contra los destacamentos militares estadounidense y francés en 1984, en esta capital. Su familia, como muchas de las familias de los militantes del Hizbulah, vive en los suburbios chiíes situados al sur de Beirut, junto a las pistas del aeropuerto.
Su muerte en Damasco fue atribuida a Israel, contra el que Hizbulah mantiene viva su lucha de resistencia. Hizbulah ha acusado al ejército judío de asesinar a varios de sus dirigentes en Siria desde el inicio del conflicto.
El año pasado, por ejemplo, moría también en Damasco otro popular líder del partido radical chií, Samir Kantar, en un ataque
El Partido de Dios coloca a Israel detrás del ataque rebelde que costó la vida a Badredín
aéreo atribuido a la aviación israelí. Kantar había sido liberado años antes de las cárceles del Estado judío y regresó a Beirut como un gran héroe de la resistencia islamista.
Al margen de que Badredín era un prominente jefe militar de Hizbulah, su muerte cerca del aeropuerto de Damasco pone de relieve la extrema fluidez de los episodios de la guerra siria. Los enemigos del régimen siguen acechando en algunos barrios periféricos de la capital, y los bárbaros del Estado Islámico (EI), derrotados hace unas semanas en Palmira, vuelven a amenazar sus alrededores.
Política y diplomáticamente, Hizbulah está sufriendo una campaña de acoso internacional que va desde las monarquías suníes del Golfo y la Liga Árabe hasta Estados Unidos, que remacha sus denuncias con la conocida acusación de que es una “organización terrorista”.
En Beirut, dirigentes de Hizbulah plantan cara al Banco Central del Líbano y a otras entidades privadas bancarias que estudian la aplicación de las sanciones económicas que ha dictado el Gobierno norteamericano. Las cuentas corrientes de dos diputados han sido confiscadas.