La samaritana de los caballos
ESTA BARCELONESA FUNDÓ EN EL 2001 LA PRIMERA PROTECTORA DE CABALLOS DE ESPAÑA. DESDE ENTONCES, HA RESCATADO A 700 CABALLOS ABANDONADOS O MALTRATADOS, A LOS QUE HA DADO UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
El primer caballo de Leonor Díaz de Liaño se llamaba Gaucho y el día que se lo regalaron, en 1974, fue el más feliz de su vida, asegura. Leonor tenía 16 años y practicaba su deporte favorito en la hoy desaparecida hípica Tomás, en la Diagonal. Hija de la burguesía barcelonesa, fue su madre quien le enseñó a amar a los animales: a verlos como seres con derechos, no como cosas ni herramientas de trabajo. “Mi familia materna era animalista pero la paterna, no. Mi padre era taurino, fue de luto por Manolete”, explica. La debilidad de Leonor siempre fueron los caballos: “Es un animal mítico, yo los dibujaba, los miraba…”. Y también los montaba: “Como se hacía entonces: enseñándole truquitos a base de golpes de fusta. No puedo entender cómo aquel caballo me quería tanto, tratándolo así. Hoy jamás lo haría”, reflexiona.
Pero aunque Leonor le daba golpes de fusta a Gaucho, también dormía con él cuando estaba enfermo y lo cuidaba con un esmero que sólo puede ser descrito como amor. Ya en ese entonces se había dado cuenta de que algo extraño pasaba en las hípicas. “Los caballos viejos desaparecían. Cuando perdían lustre, la gente se deshacía de ellos. Pronto descubrí que en general se cambiaba de caballo como se cambiaba de coche”. Asegura que se le “partía el alma” cada vez que eso sucedía e incluso perdió amistades por este tema: “No podía entenderlo, porque yo pensaba que un caballo es un amigo y un amigo no se vende, se regala o se lleva al matadero”.
Con 19 años, Leonor se casó (“eran otras épocas”, dice) y tuvo a sus hijos, a los que inculcó el amor por los caballos. Esta vez, en el Real Club de Polo de Barcelona, donde montaban en familia. Allí llegó a tener cinco caballos, una oveja y una cabra. “¡Creo que en el Polo aún suspiran de alivio de cuando me marché! Aunque le di un puntito de color importante”, dice riendo. De esos cinco caballos, tres ya eran “viejísimos”. Fueron sus primeras adopciones: “Dos yeguas de hípica maltratadas, que compré, y Campechano, un caballo abandonado en el Polo que recogí”, cuenta.
Los cinco caballos, la oveja y la cabra, “más cinco perros y varios gatos”, se fueron con ella y su segundo marido a la propiedad de Fonollosa, a las afueras de Manresa, que adquirieron en 1992. Una casa en ruinas con dos hectáreas de terreno, que empezaron a restaurar hasta que en 1999 pudieron ir a vivir en ella porque ya tenían lo básico. La idea era crear allí un santuario para caballos, la primera protectora de este tipo en España. En el 2001 nació de forma oficial la Asociación de Defensa de Équidos (ADE), hoy de utilidad pública.
Desde entonces, Leonor no ha parado. “Jamás en la vida me imaginé que podríamos recoger tantos caballos abandonados”. En estos años han pasado por su asociación 700 de estos animales. Donados, en el mejor de los casos. Rescatados del maltrato y el abandono, en su mayoría. Se acuerda de las historias de todos. Como la de Aquiles, al que recogieron de potro, al poco de estallar la crisis, cuando se dispararon los abandonos. “Lo dejaron dentro de una casa a medio construir. Nos avisó la policía. Estaba en un garaje, a oscuras, junto a un perro. Sin agua ni comida, hecho polvo”. Se llevaron al potro y al perro al refugio y al cabo de un tiempo lo adoptó una joven: “Ahora está feliz. Tiene libertad, compañía y cariño, que son las condiciones que ponemos para dar un caballo en adopción”.
La historia de Aquiles es una de las muchas del repertorio de esta mujer incansable, que pasa la mayor parte del día atendiendo a sus animales. Según el recuento de esta semana, tiene en casa treinta caballos (“veintiséis más en casas de acogida”), treinta y dos perros, treinta y cinco gatos, dieciséis ovejas y cabras, cinco cerdos vietnamitas, diez gallos y cinco gallinas, tres conejos, una gaviota, once cotorras y seis palomas, dos tortugas de agua y una chinchilla. A los casi doscientos animales que dependen de ella –y que trata por igual–, Leonor les habla con una mezcla de afecto y firmeza que los amansa. Todos (ovejas incluidas) la obedecen –damos fe–, además de profesarle un amor incondicional. Al comentarle que es una versión femenina del personaje de Robert Redford en El hombre que susurraba a los caballos, se echa a reír: “No creo que tenga un don, ¡ojalá! Lo que tengo es mucho amor y ellos lo notan”. Además del amor, su receta para asegurar la convivencia en su arca de Noé es esta: “Todos los animales necesitan rutina, cariño y un poco de disciplina. En cierto modo, son como los niños: necesitan unos límites para saber a dónde pueden llegar y sentirse seguros dentro de estos”.
Leonor, su marido y su hijo trabajan con muy pocos recursos –y por ello “toda ayuda será bienvenida”, asegura–, pero con mucho entusiasmo. El próximo proyecto de la asociación es expandirse a una finca de 21 hectáreas que han alquilado. “Los animales tendrán más espacio. Aunque mucho me temo que pronto se quedará pequeña”, confiesa.
Su primera adopción: dos yeguas de hípica maltratadas y un caballo abandonado en el Polo barcelonés Ha alquilado una finca de 21 hectáreas para acoger a su arca de Noé; “Toda ayuda será bienvenida”, asegura