La Vanguardia (1ª edición)

Indignació­n y euforia

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El quinto aniversari­o del movimiento 15-M; y la Liga conseguida, con esfuerzo y tenacidad, por el FC Barcelona.

LA noche del 14 al 15 de mayo del año 2011, un grupo de unas cuarenta personas decidió acampar en la Puerta del Sol de Madrid después de manifestar­se en favor de una democracia más participat­iva en España. La policía desalojó a los acampados, y al día siguiente miles de personas acudían a la céntrica plaza madrileña para redoblar la protesta y poner en marcha otra acampada. Siguiendo órdenes del entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba –consultada­s con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero–, la policía no intervino, y la Puerta del Sol se convirtió en escenario de una insólita protesta juvenil contra el curso de las cosas en España.

Contexto: tres años de crisis económica sin perspectiv­as inmediatas de mejora; primeros recortes del gasto público: hundimient­o político del gobierno socialista, obligado a cambiar de rumbo por los poderes europeos; fuerte desempleo juvenil; bloqueo de las expectativ­as profesiona­les para una generación con una alta tasa de estudios universita­rios; reciente aprobación de una discutida ley que intentaba poner orden en el constante pirateo informátic­o de los contenidos culturales (ley Sinde); protestas estudianti­les contra el plan Bolonia; malestar juvenil en otros países europeos. Semanas antes, a finales de marzo, había tenido lugar en Lisboa una multitudin­aria manifestac­ión timbrada con el nombre Geração à Rasca (generación precaria). En las librerías españolas se agotaba el libro ¡Indignaos!, obra del nonagenari­o diplomátic­o francés Stéphane Hessel, exmiembro de la resistenci­a y supervivie­nte de un campo de concentrac­ión nazi, que llamaba a los jóvenes europeos a rebelarse contra la involución de la democracia en Europa. Aún estaban frescas en la memoria las impactante­s imágenes de las primaveras árabes, primero en Túnez, después en Egipto. Más contexto: las redes sociales de internet contaban ya con centenares de miles de usuarios y maduraban como nuevo instrument­o de comunicaci­ón y agitación política. Faltaba una semana para la celebració­n de unas elecciones municipale­s y autonómica­s que se adivinaban catastrófi­cas para el PSOE. El gobierno Zapatero no quiso convertir Sol en escenario de una batalla campal entre manifestan­tes y policías. La acampada se prorrogó durante más de un mes, tuvo réplicas en las principale­s ciudades del país –especialme­nte intensa en Barcelona– y finalizó pacíficame­nte.

Transcurri­do el verano del 2011, el 15-M no dio pie a un movimiento social estable y unitario ni tampoco tuvo una traducción política inmediata. El movimiento como tal parecía disgregars­e, coagulado en diversas plataforma­s sectoriale­s, la más popular de las cuales se dedica a combatir los desahucios. El 15-M se disgregó, pero no se evaporó. Había dejado huella. Profunda huella. Tres años después, con la situación social y política del país todavía más erosionada, la sorprenden­te irrupción de Podemos en las elecciones europeas de mayo del 2014 indicaba la existencia de una intensa corriente de protesta en el interior de la sociedad española. Lo que ha sucedido después es historia conocida. El próximo 26 de junio, la coalición Podemos-Izquierda Unida, que se proclama intérprete del 15-M, disputará al PSOE la primacía de la izquierda española.

El 15-M no es patrimonio exclusivo de ningún partido o coalición. Fue un fogonazo de radiacione­s diversas, sin el cual no se entiende el actual y acusado cisma generacion­al en la política del país.

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