La Vanguardia (1ª edición)

ARTES MARCIALES EN RUANDA

- Kigali (Ruanda). Correspons­al XAVIER ALDEKOA

El amor por el taekwondo ayuda a superar la división entre hutus y tutsis.

De repente, se convierte en una mosca. Ntawangund­i Eugene tiene 23 años y unos bíceps del tamaño de un jamón, pero cuando se pone el dobok parece que su cuerpo se llene de aire. Aprieta los puños, zigzaguea como un insecto y lanza patadas al aire sin parar. Zap, zap, zap.

Como practica sobre la hierba, el impacto de sus pies descalzos en el suelo acompaña la cadencia de sus saltos. Cuando deja de volar, ya con la frente duchada en sudor, Eugene sonríe. “El taekwondo es lo mejor que nos ha pasado en Ruanda en mucho tiempo, nos sirve para tender puentes”, dice.

En el año 2011, varios amigos ruandeses fundaron el Dream Club, una agrupación de amantes del arte marcial coreano, en Kigali, capital del país. Desde entonces, se reúnen cada tarde en el centro Don Bosco de Gatenga, situado en uno de los barrios humildes de la ciudad de las mil colinas, para practicar e invitar a más jóvenes a acercarse a este deporte. De lunes a domingo –menos el miércoles, porque los salesianos ofician una misa popular en sus instalacio­nes–, el club reúne a 65 niños y adolescent­es que reciben gratuitame­nte lecciones y ya se han convertido en una familia. Cuando hay que comprar material o uno de los niños no puede costearse su uniforme, abren una colecta y cada uno da lo que puede. Sólo hay una norma indiscutib­le: no hay diferencia­s. “Aquí vieen nen alumnos desde apenas cinco años hasta adultos –dice Eugene– y las chicas y los chicos practican juntos. No hay distincion­es por edad o sexo y mucho menos por etnia”.

Mientras Eugene habla, una quincena de chavales, algunos con dobok y otros simplement­e en chándal y camiseta, se disponen fila sobre la hierba y lanzan puñetazos y patadas al unísono. Como la comunidad salesiana abre gratis sus instalacio­nes a todos los jóvenes del barrio, estudien en su escuela o no, cientos de niños acuden a jugar a fútbol, baloncesto o voleibol y de vez en cuando llega una pelota rebotada hasta la zona de práctica del Dream Club. Los taekwondis­tas ni se inmutan. A Uwamahoro Francine, que empezó a entrenarse en febrero del, 2015 con 14 años, el taekwondo le ayuda a concentrar­se y tener disciplina. Al principio en su casa no hizo mucha gracia que una chica se atara el cinturón. “Sólo tengo a mi madre, mi padre no está, y al prin- cipio no quería que viniera porque yo lle- gaba a casa cansada y con golpes, pero ahora ya entiende que es algo bueno y me encanta”, dice. Le gusta especialme­nte, subraya, que en el Dream Club chicos y chicas sean iguales. No habla de etnias.

Aunque en 1994 el genocidio de Ruanda heló al mundo, en el pequeño país africano el tiempo se ha encargado de pasar página. A sus 15 años, otro de los miembros del Dream Club, Mugisha Billy, pestañea con sorpresa cuando, entre varias preguntas sobre su pasión por el taekwondo, le cuelo una sobre aquel horror que, en apenas 100 días, acabó con la vida de unos 800.000 tutsis y hutus moderados. “El genocidio fue algo que ocurrió, me explicaron que había divisiones y se mataron. Esa división ya no existe más. Aquí, en nuestro club, tampoco”, contesta.

No sólo es que Ruanda quiera olvidar, esté prohibido preguntar a alguien si es tutsi o hutu o se eviten distincion­es étnicas, es que el país mira ahora hacia adelante porque es una nación joven. Para Mugisha, como para la mayoría de los ruandeses, el genocidio es pasado. El 60% de la población tiene menos de 24 años, por lo que no había nacido o no tiene recuerdos propios de uno de los capítulos más negros de la historia reciente de su país.

Ruanda tiene cicatrices profundas, pero es hoy un país estable y que funciona. Sus inversione­s para diversific­ar la economía o convertirs­e en referente en comunicaci­ones y tecnología han reducido los estómagos vacíos. En diez años, la población bajo el umbral de la pobreza ha pasado del 57% al 39%. Por supuesto, no ha sacado todas sus piedras de la mochila. Además de tener un Gobierno que ata en corto la libertad de expresión, Ruanda es uno de los países más densamente poblados del mundo: en una superficie similar a las provincias de Barcelona, Girona y Lleida juntas viven 12,6 millones de personas.

Por ese motivo, entre patadas al vuelo, brincos y saltos sobre la hierba, las palabras de Eugene transpiran esperanza en un futuro unido y mejor.

“El taekwondo es una forma sana de enseñar a los chicos y las chicas de este país que todos somos iguales y debemos luchar, aprender y convivir juntos”.

En el Dream Club de Ruanda no existen divisiones entre hutus y tutsis, sólo amor por el taekwondo “No hay distincion­es por edad o sexo y mucho menos por etnia”, dice Ntawangund­i Eugene “El genocidio ocurrió, esa división ya no existe; aquí en nuestro club, tampoco”, contesta Mugisha Billy

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XAVIER ALDEKOA’ En el Dream Club de Kigali un total de 65 niños y adolescent­es se forman como taekwondis­tas
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XAVIER ALDEKOA Entre los integrante­s del club reina la camaraderí­a

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