EL IMPERIO DEL CENTRO
El recuerdo de la revolución cultural sigue vivo en la desmemoriada China.
El Gran Palacio del Pueblo, sede del poder legislativo chino, acogió el pasado día 2 un concierto en el que se glorificó la revolución cultural, uno de los episodios más sangrientos y oscuros del régimen comunista del gigante asiático. La actuación, en la que un grupo femenino llamado 56 Flores interpretó canciones asociadas a los guardias rojos y al maoísmo, provocó un terremoto y hubo una avalancha de críticas a los organizadores. En los estamentos oficiales de Pekín se consideró que se había roto el consenso adoptado en 1981, cuando el régimen decidió que la revolución cultural había sido un error de Mao, manipulado por los líderes contrarrevolucionarios de los años 60 y 70 del siglo pasado.
La turbación que provocó este concierto, que incitó a Ma Xiaoli, la hija de un ministro represaliado de aquella época, a hablar de traición al Partido y a reclamar castigo para sus organizadores, pone de manifiesto la contradicción que aún hoy suscita aquel periodo de caos en la sociedad china. Un revuelo que se justificaría como “una maniobra más del duelo que libran izquierdistas y liberales por influir en la marcha del país, según el destacado columnista Wang Xiangwei del
South China Morning Post de Hong Kong. Una situación que ha conducido a las autoridades chinas a ignorar y silenciar el 50 aniversario del inicio de la revolución cultural. (1966-76).
Una década que arrancó oficialmente el 16 de mayo de 1966, cuando Mao instigó a atacar a sus rivales en la dirección del partido comunista y acabó con su muerte en 1976. Les tildó de contrarrevolucionarios y apoyó las críticas de los estudiantes contra los profesores, a los que acusó de defender posiciones revisionistas. Una reflexión, por otra parte, que también se ha escuchado al actual presidente chino Xi Jinping, que reclama que los profesores tengan menos en cuenta las influencias occidentales.
El objetivo de Gran Timonel no fue otro que provocar un gran desorden en el país para recuperar el poder absoluto que había perdido tras la catastrófica campaña del Gran Salto Adelante (1958-1961), que causó una hambruna que acabo con la vida de millones de personas. Para ello no vaciló en movilizar a la juventud en unidades de los llamados Guardias Rojos, cuyo fin era reprimir a los que eran considerados aburguesados o derechistas.
Fue una etapa anárquica y sangrienta de la reciente historia de China que ha marcado de forma indeleble a su sociedad, acostumbrada a sufrir en silencio y a aceptar la suerte del destino, y de la que apenas se habla. Es un asunto que sigue siendo un gran tabú en China. Los debates sobre el papel que jugó Mao son silenciados y los libros de texto eluden el tema.
Su influencia además se ha dejado sentir especialmente en el campo de la educación y por partida doble. Por una parte, porque en los primeros años de aquella época las escuelas y las universidades permanecieron cerradas y después porque cuando volvieron a abrir faltaban muchos profesores, que habían sido represaliados. Un merma que ha afectado a la enseñanza muchos años.
“Fue una época que afectó extraordinariamente a la generación de chinos que ahora tienen entre 40 y 50 años y de la que sólo ha quedado una enorme sensación de frustración. Es una sociedad que ha crecido traumatizada por aquellos acontecimientos”, afirma Jean Pierre Cabestan, un sinólogo de la universidad Baptista de Hong Kong.
Su comentario se refiere al sentimiento de culpa y de arrepentimiento que arrastra una gran parte de la sociedad china, que rechaza airear sus vivencias en aquellos años y prefiere convivir con ellas. Un tabú que sólo se rompe esporádicamente y a veces de forma accidental.
Este fue el caso del cantante Yang Le, de 60 años, cuando cantó
Mao provocó el caos y la anarquía para liquidar a sus enemigos y recuperar el liderazgo
en el programa de televisión China Star una melodía en la que explicaba el suicidio de su padre durante la revolución cultural. Un profesor universitario que se arrojó al vacío, al no soportar las torturas de los guardias rojos. Al terminar la canción, el público, puesto en pie, rompió en aplausos, los jueces brincaron de sus asientos, y la lágrimas se apoderaron de todos los presentes.
Fue un momento de debilidad, que en la vida cotidiana nadie se permite, a sabiendas de que a lo mejor uno está trabajando codo con codo con alguien que le denunció a él, a su padre o a su abuelo. “Es algo que asumes y que dejas de pensar en ello, aunque lo sabes. Piensas que pertenece al pasado”, cuenta Xiaomei, cuyo abuelo médico sufrió las purgas de la turba tras ser denunciado por un vecino, su casa fue allanada y sus libros de medicina requisados. Su padre se cambió el apellido para poder vivir en paz y, aún hoy, la madre de Xiaomei le recuerda que su vecino –cuando lo ve– todavía debe tener los libros de su familia. Son comentarios que se quedan en familia y rara vez traspasan este ámbito.
Son historias que no se olvidan y que muchas veces sólo se alivian con las confesiones. Este fue el caso de Zhang Hongbing, un adolescente radicalizado en 1970, que no vaciló en denunciar a su madre. En el 2013, cuatro décadas después de su ejecución, Zhang explicó públicamente lo sucedido y pidió perdón. En una entrevista al Beijing
News, Zhang explicó que en aquella espiral de anarquía y violencia acusó a su madre de haber criticado a Mao. Los militares fueron a buscarla a su casa, se la
En la generación de chinos de 40-50 años hay una gran sensación de frustración
llevaron de forma brutal y dos meses después fue ejecutada. “Nunca me lo perdonaré”, dijo.
En general, la sociedad china prefiere eludir este tema y pensar que sus actuales líderes también sufrieron represalias, como fue el caso del propio presidente Xi Jinping. El actual dirigente fue enviado varios años a la provincia de Shaanxi a ser reeducado, su padre Xi Zongxun, fue duramente represaliado y su madre enviada a un campo de trabajo.
La élite del Partido Comunista, por su parte, también prefiere que no se recuerde aquella época y sólo se tenga en cuenta que en 1979 Deng Xiaoping se hizo con el poder y empezó la apertura económica que cuarenta años después ha transformado al país y lo ha convertido en la segunda potencia mundial. Es posiblemente la única conclusión positiva que resultó de aquellos años de caos y anarquía, que China se abriera al mundo y abrazará algunas libertades económicas.
El historiador Frank Dikötter, profesor de la universidad de Hong Kong y autor del libro The Cultural Revolution: A people’s History, 1962-1976, resalta, a su vez, que: “La ironía de la revolución cultural es que, hacia 1971, la mayoría de la gente, al menos en el campo, había perdido la fe en el comunismo”.
Pero este año, más que nunca, el aniversario de la revolución cultural coincide con una mayor inquietud social, motivada por los métodos empleados por Xi Jinping para consolidar su poder al frente del país. Unas formas que se iniciaron con una durísima campaña contra la corrupción y que recuerdan a las utilizadas durante la revolución cultural.
Tampoco han pasado por alto sus comentarios en el ámbito educativo. Unas reflexiones relativas a que los profesores tienen que seguir más estrechamente las líneas del Partido, utilizar menos libros de texto extranjeros y dejar más de lado las influencias occidentales.
Y sus críticos también le reprochan su creciente control sobre los medios de comunicación. Por una parte, sus recientes comentarios acerca de que la prensa y la televisión estatales deben obedecer las directrices del Partido por encima de todo. Por otro lado, las confesiones forzadas ante las cámaras de televisión. Un método, igual que las desapariciones forzosas en el país y en el extranjero, que recuerdan aquellos años de purgas sumarias.
Una situación que, unido al gran poder que ha acumulado bajo su mandato Xi Jinping, ha generado un culto a la personalidad equivalente al que se dispensaba a Mao. Situación que impulsa a la sociedad china a comparar aquellos años de inestabilidad política, económica y social con la situación actual, algo que incomoda a la actual élite comunista.
Una situación que explicaría el nerviosismo que causó la función del 2 de mayo en el Gran Palacio del Pueblo, cuando se glosó la revolución cultural. Una inquietud provocada no sólo por los himnos revolucionarios y las loas a Mao, sino porque también aparecía la imagen de Xi Jinping y se le rendía culto, al tiempo que se interpretaba una de las baladas más famosas de su mujer, Peng Liyuan. Una función que invitaba pues a unas comparaciones poco favorecedoras de la imagen de hombre fuerte de Xi.
Un acto, en definitiva, que removía la memoria popular china y la sacaba de su amnesia forzosa sobre la revolución cultural y sus consecuencias.
Con la revolución cultural la mayoría de la gente perdió la fe en el comunismo El fin de aquella época dio paso a la apertura económica que ha transformado China