ASÍ QUE PASEN CINCO AÑOS
El 15-M ha modificado la agenda pública y el sistema de partidos.
La demanda de una mayor exigencia democrática impulsada por el 15-M ha hecho mella en los partidos. En los viejos y en los nuevos. El marco mental por el que se rigen las relaciones en las distintas formaciones comienza a mutar. Los recién llegados, porque surgen estimulados por el fenómeno forjado en las plazas e incorporan sus códigos –“nadie puede declararse heredero del 15-M, pero si estamos aquí es por este movimiento”, recalca el líder de En Comú Podem, Xavier Domènech, quien participó en las protestas de hace cinco años y llegó a la política por sorpresa–. En los partidos tradicionales el rechazo a las estructuras fuertemente jerarquizadas comienza a extenderse y el deseo de pluralidad crece, opina el diputado de Convergència en el Congreso Carles Campuzano. “La propia refundación de CDC supone un ejemplo de la repercusión del 15-M: mayor democracia interna y crecimiento del sector socialdemócrata, la agenda de los indignados se ha institucionalizado”. Si bien Campuzano argumenta que el fenómeno 15-M fue necesario, pone en duda la capacidad transformadora de los nuevos partidos en los gobiernos locales de Barcelona y Madrid, dedicados, según él, a la gestualidad. “Porque los grandes cambios sociales requieren madurez política, y esto, como decía Enrico Berlinguer, sólo se consigue con grandes acuerdos entre partidos. No se puede gobernar sólo para el 51% de la población”, dice apelando al compromiso histórico italiano y al legado de Gramsci, un referente que ahora es transversal. Tiene 28 años y trabaja en una multinacional con sede en Madrid. Se encarga de la comunicación digital de la empresa, justo el área para la que se ha formado. Él ya no es uno de esos jóvenes sobrecualificados condenado a aceptar empleos precarios. Su sueldo es aceptable y ve opciones de progresar. Con estas perspectivas, su estado de ánimo hoy en día no tiene nada que ver con el de hace cinco años. Entonces Pablo Gallego estaba enfadado. Acababa sus estudios en la escuela de negocios Icade y buscaba un lugar para hacer prácticas. Pero no había forma de encontrar trabajo, ni tan siquiera de becario. “¿Y por qué debería contratarte a ti y no a una de estas 200 personas que me han dejado su currículum?”, le espetó un entrevistador la primavera del 2011.
“Ahí estallé, me sentí frustrado y con rabia. En los medios se hablaba de los ni-nis, como si fuera nuestra culpa que no hubiera trabajo”, recuerda. Toda esa frustración la volcó en un blog. Al poco tiempo, le contactaron desde Democracia Real Ya, una de las plataformas impulsoras de la manifestación que desembocó en la toma de la plaza del Sol, un fenómeno que hoy cumple su quinto aniversario en un contexto de elecciones extraordinarias y cuyos efectos sobre la sociedad española afloran poco a poco.
La historia de Pablo es la de tantos miles de personas, jóvenes en su mayoría, que ese 15-M salieron a exigir reformas democráticas profundas. Sin vinculación política previa ni contacto alguno con el activismo, Pablo decide actuar por primera vez. La protesta se fragua a través de internet. Las redes sociales facilitan un ágora virtual en el que debatir y organizarse desde cualquier punto del país, compartir preocupaciones y anhelos que no son atendidos por las instituciones. La profunda crisis económica, unida al estallido de casos de corrupción y de gobiernos que normalizan los recortes sociales, enciende la mecha de la indignación ciudadana. Lo que viene a partir de entonces es
de sobras conocido. Plazas ocupadas –con la Puerta del Sol como emblema–, manifestaciones, debates y asambleas; políticos y periodistas que se preguntan de dónde había salido toda esa gente. Gritos de “no nos representan”. La policía blinda el Congreso de los diputados y desaloja la plaza Catalunya. Y Artur Mas llega en helicóptero a un Parlament que debía dar luz verde a unos presupuestos menguantes.
Pablo, a sus 23 años, se convierte en uno de los impulsores y rostros visibles de esta “revolución burguesa”, porque el 15-M sale sobre todo de las clases medias educadas que ven peligrar su futuro. Desde entonces, este experto en redes ha colaborado con diferentes asociaciones cívicas, plataformas y nuevos partidos. “Nunca como militante, sino asesorando en comunicación digital, que es mi especialidad”, aclara. Ha intervenido en política no formal y colaboró en la publicación del libro Nosotros los indignados. Dejó el activismo “intensivo” el año pasado para centrarse en su carrera profesional –un buen trabajo no se puede rechazar así como así, y hasta rebaja la indignación–, pero asegura que el 15-M le ha cambiado para siempre. “He adquirido conciencia política, pero sobre todo el convencimiento de que, como ciudadanos, tenemos poder, que si nos organizamos podemos incidir y cambiar la realidad”, insiste. “Desde el 15-M todos estamos más vigilantes; a mí en concreto me sirvió para ver que la gente corriente es parte de la solución, que tenemos la responsabilidad de implicarnos en las decisiones que afectan a nuestras vidas y no delegar”, añade Óscar Rivas, otro de los primeros indignados. Freelance en el sector audiovisual, Óscar bajó a la manifestación madrileña del 15-M “para ver si pasaba algo”, y vaya si pasó. Él se encargó de registrarlo todo con su cámara.
Como si de un ritual de iniciación se tratara, los que participaron en las protestas afirman haber salido transformados, con mayor conciencia crítica, preocupados por el bien común y alejados del individualismo. Pese a no haber dado el paso a la política institucional, muchos continúan implicados en causas de diferente índole, como Óscar, que participa en un proyecto pro derechos humanos llamado Datactic. O como Claudia Álvarez, que después de pasar por plaza Catalunya impulsa ahora la Nit Dempeus Barcelona, el movimiento de solidaridad con la ola de protestas contra la reforma laboral en Francia. Esta tarde a las 18 horas hay convocada una manifestación en la misma plaza Catalunya.
Las reivindicaciones y el relato introducido por los indignados han calado en la sociedad en general, destaca el profesor de la UPF Jordi Mir García, que acaba de publicar un libro sobre las consecuencias del movimiento. El 15-M ha repercutido en un mayor nivel de exigencia con las instituciones y sus representantes y ha introducido nuevos elementos en la agenda pública: el derecho a la vivienda (gracias a la PAH), la lucha contra la pobreza, la regeneración democrática, la soberanía popular o el hiperpoder de los organismos financieros, entidades que nadie ha votado pero que controlan la vida de millones de personas. Y el otro gran cambio auspiciado por el 15-M alcanza al sistema democrático y de partidos, señala Josep Lluís Martí, profesor de Filosofía del Derecho en la Universitat Pompeu Fabra y autor de varias investigaciones sobre el movimiento. Las formaciones tradicionales han tenido que modificar “parte de su discurso y de su actitud hacia la participación ciudadana”, y por otro lado, han proliferado nuevas opciones políticas que recogen algunas de las demandas surgidas en las plazas, nutridas muchas de ellas de activistas forjados en la calle. Podemos o BComú serían un ejemplo de ello. La era del bipartidismo llega a su fin.
Con todo, su consolidación y traslación a medidas efectivas, de transformación real del sistema sociopolítico, está aún por ver. El politólogo Víctor Lapuente, autor de El retorno de los chamanes, apunta que, si bien el 15-M ha propiciado una mayor pluralidad política, de momento los partidos impulsados desde entonces han de pasar aún del grito y la enmienda a la totalidad a propuestas concretas. El referente de Podemos hasta hace poco, Syriza, ha fracasado en sus objetivos transformadores. “La indignación y el populismo aún no han traído cambios sustanciales, no han pasado de la teoría”. Aquí el movimiento responde con una de sus frases de cabecera: “Vamos lentos porque vamos lejos”. Veremos.
Los que participaron en el movimiento han adquirido una mayor conciencia crítica La sociedad es hoy día más exigente con las instituciones, y ya no se tolera la corrupción