Nadie aspira a la posteridad
La peña no está interesada en la posteridad, y es una pena, porque un hombre interesado en la posteridad da juego y tan pronto asciende al Everest –si no es para contarlo, ya me dirán– como descubre la penicilina.
La posteridad es la “fama póstuma”, y aquí reside el problema: primero hay que morirse, y a la humanidad le ha dado por vivir muchos años a base de comer saludable, trotar, no trasnochar y a la posteridad que le den morcillas. Ya no hay frases eternas, libros eternos ni estadistas eternos porque entre la posteridad y el anonimato, la gente prefiere veranear en Calafell. –Jajaja, ¡otro marinero en tierra! Las contadas amigas constitucionales que entran en casa disfrutan mucho a costa de mis gustos preconstitucionales. –¿Quién es este chino? –El gran Zhou Enlai. Tengo un retrato de Zhou Enlai, al que admiro mucho, y otro de Manolete toreando al natural, un gran regalo. ¿Tendría yo a estos señores en el salón comedor y lo que se tercie si no hubiesen pasado a la posteridad? Lo digo
Los prismáticos urbanos han pasado a la posteridad aunque siguen ahí, a la espera de sonrojarte
para que se animen ustedes a pasar a la posteridad. No sé: una frase redonda, una travesía de la Antártida en pelotas –nadie lo ha conseguido– o inventando una alternativa al zumba. ¡Anda que no hay cosas!
¿Marinero en tierra? Yo sólo le dije a mi amiga constitucional que lo que buscaba estaba en la mesita de noche, y entonces descubrió unos prismáticos negros y rusos –creo que son rusos, de la marca Infra Minox–. También tengo dos cajitas de diapositivas, varios mecheros y un retrato de mi hijo cuando era bebé, pero ella sólo reparó en los prismáticos, propios de un capitán de la marina mercante.
Los prismáticos urbanos también han pasado a la posteridad aunque siguen ahí, en algún rincón o armario, agazapados, a la espera de sonrojarte a modo de venganza porque ya no los utilizas ni en las noches de verano, que es cuando la humanidad se desnuda con la ventana abierta o pasea en lencería no siempre fina.
Yo vivo en un barrio muy decente, demasiado decente, y nunca presencié grandes escenas pese al alcance de estos prismáticos olvidados que hoy se merecen un recuerdo y no eran tan infrecuentes en los hogares urbanos de media España, incluso en ciudades sin puerto de mar ni río navegable.
En cambio, algunas amigas mías debieron de pasar a la posteridad porque mostraban y muestran pocos reparos a la hora de vestirse o desvestirse antes de que yo apague la luz o baje un poco la persiana por aquello de no dar facilidades a la competencia. –Te van a ver... –¿Y qué importa? Este tipo de respuestas desmoralizan: ¿por qué los vecinos no tienen amigas tan despreocupadas y generosas? Ellas y los prismáticos pasarán a la posteridad, a diferencia de mí, marinero en tierra.