Papelofagia
Siempre imaginé que ser un articulista debía ser una profesión de riesgo. De entrada, es bastante fácil encontrarse con los propios damnificados en cualquier evento social, especialmente en este pequeño –y no siempre limpio– pañuelo catalán, y aunque seamos gentes muy polites, no faltan ganas de hacer volar canapés por los aires. Suerte que somos una nación pequeñoburguesa, dotada del blindaje de la educación, aunque sea vestida de su sinónimo más eficaz, el disimulo.
Pero incluso con nuestro disfraz de amigos para siempre, hay días en que el sufrido articulista nota el frío aliento de la fiera en la nuca, y en esas ocasiones de riesgo, buena cara, sonrisa de dientes y piernas largas. No hay nada como un mutis para resolver un mal encuentro. Al fin y al cabo, rajar sobre cualquier tema hiriente acostumbra a traer antipáticas consecuencias. Y cuando se llevan muchas columnas en la mochila, el ejército de amigos crece exponencialmente.
La cosa es especialmente chunga cuando el damnificado es un político en activo y decide perpetrar un asalto frontal al columnista que el día antes se acordó de su figura. En esos momentos, en que una está con el platito del queso en la mano, asaltada en una
No es vegetariano por suerte, pues imaginen cómo debe ser un taco de tofu aliñado con ‘La Vanguardia’
esquina de la honorable sala, mientras el líder del partido equis, al que le has dedicado una somanta de comentarios, intenta demostrar su belleza interior y la verdad de su mensaje, en momentos así una se pregunta por qué no se hizo monja. Me dirán que por lo de la capacidad de influencia, el lujo de liderar la opinión pública y bla, bla, pero maldita la gracia que hace la cosa cuando son las diez de la noche, acabas de volver de arreglar el mundo en la tele, con ganas de zapatillas y peli de chico guapo con revólver, y hay que hacer horas extras escuchando lo que realmente quiso decir el político ilustrado cuando dijo otra cosa que no dijo pero que pareció que decía. Y aún hay algo peor, cuando deciden que lo mejor para entenderle es que te invite a comer. Huyan ustedes, queridos articulistas, de comidas con políticos damnificados, so pena de caer en un trance que les dejará la libido –la erótico festiva y la intelectual– hecha trizas.
Sin embargo, por lo que leemos por otros andurriales, hay cosas peores como lo que le ha ocurrido a Dana Milbank, sufrido articulista de The Washington Post que prometió que se comería su columna en papel de periódico si Trump ganaba la nominación. Y como el divino Trump ha sabido trampear a los enemigos, ahí tenemos a Milbank zampándose cebiche, chilaquiles y tacos de cordero con letras del Post y su tinta correspondiente. Suerte que el buen hombre no es vegetariano como servidora, porque no imagino cómo debe sentar un taco de tofu con La Vanguardia. Pero lo cierto es que gracias a Dana Milbank ahora ya sabemos por qué el buen periodismo es indigesto. Lo que no sabíamos es que lo era en el propio estómago.