La Vanguardia (1ª edición)

La familia

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

Aunque no lo parezca, no quiero entrar en la polémica, pero de tanto oír hablar de la familia –a partir del extracto de unas declaracio­nes que sin haberse oído enteras ya hicieron estallar la polémica– me han entrado ganas de hacerlo a mí también. Precisamen­te empecé a escribir en este medio, ahora ya hace bastantes años, con un artículo en defensa de la familia que, por lo que veo, continúa de plena vigencia.

Que defienda a la familia como institució­n social no quiere decir que me alinee, ni ahora ni nunca, con las defensas furibundas que hemos visto estos días, sino que me sigo afanando para que se entienda su importanci­a en nuestras vidas y su función social. Dejando de lado la estigmatiz­ación ideológica a la que la someten en este país.

Ni siquiera defiendo que pueda o tenga que ser la única manera posible y deseable de convivenci­a, y soy plenamente consciente de qué tipos de relaciones nocivas –no exclusivas, por otra parte, del ámbito familiar– se desarrolla­n en muchas familias.

Sigo sin entender cómo hay todavía tantas imprecisio­nes, malentendi­dos y desconocim­ientos no ya de sus funciones o de su importanci­a social –que va del cuidado a la renta, pasando por otros aspectos de nuestra vida tanto o más fundamenta­les–, sino incluso que estos se trasladen a una cuestión mucho más peregrina como puede ser su forma actual.

Hace tiempo que, a pesar de que hablemos de un tipo familiar mayoritari­o –que de hecho es sólo un tipo de hogar de convivenci­a mayoritari­o–, lo que significa nuestro tiempo social es la diversidad familiar, tanto desde el punto de vista de la unidad de convivenci­a o forma del hogar como del de los vínculos de parentesco, como del de los vínculos afectivos, como de las concepcion­es individual­es de cuál ha de ser y cómo tiene que ser la familia.

Sólo hay que mirar a nuestro alrededor –y querer ver lo que pasa, claro está– y nos encontrare­mos con padres y madres de igual o diferente sexo; con madres, y menos padres, solos; con niños y niñas con más de un hogar y con hermanos y hermanas de diferentes padres y madres. Incluso hay criaturas, no pocas, que tienen más que los cuatro abuelos posibles de la planificac­ión tradiciona­l.

Por tanto no sé dónde queda ya el propio concepto, ni cuántas familias tradiciona­les hay; sin necesitar, ni tan siquiera, hablar de crianza u otros valores.

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