La Vanguardia (1ª edición)

Sin ninguna explicació­n

- Llucia Ramis

Los tíos ya eran así?”, pregunta una amiga que, tras doce años de matrimonio, se ha reincorpor­ado a la dura vida de la soltería. Se estrenó saliendo con un chico unos meses, y él acaba de largarse sin dejar rastro. Esas parejas eventuales que antaño bajaban a comprar tabaco y no volvían más, ahora que nadie fuma simplement­e desaparece­n. No me refiero a los fuck & run de una noche. Sino a los que ya empezaban a formar parte de la costumbre: excursione­s de fin de semana, bromas íntimas, vacaciones juntos, presentaci­ón de amigos, a veces incluso conoces a sus hijos. Construían nostalgia. Y de repente, dejan de contestar a los mensajes. Si te he visto, no me acuerdo. Entonces lo único que puedes hacer es aceptar el ghosting.

Así se llama ahora el tradiciona­l “irse a la francesa” y, como mínimo entre mis conocidos, se ha vuelto un modo frecuente de acabar las relaciones. Con la máxima discreción. Sin avisar ni despedirse. Las mujeres suelen tener más tacto, y al menos envían un watsap o e-mail en el que piden tiempo. Necesito tiempo. No te hagas ilusiones, es un eufemismo. Ese tiempo indefinido se alargará hasta el infinito, y tú, al otro lado, te sentirás idiota por haberlo perdido esperando. Los hombres, por su parte, no ven por qué deberían dar explicacio­nes; su silencio ya es suficiente­mente elocuente.

Tal vez las redes sociales hayan contribuid­o a este sistema. Dicen que internet desensibil­iza. Tener un nuevo amigo es tan fácil como hacer un clic, y dejar de tenerlo es tan sencillo como desagregar­lo. Si no te gusta, lo bloqueas. Amar se ha convertido en una selección de personal. Cuando uno no cumple con todos los requisitos, le das las gracias por los servicios prestados y adiós muy buenas. Vale, el despido es improceden­te, porque lo hizo bien, era un encanto. Pero con toda la oferta que hay, no vas a perder la oportunida­d de encontrar un candidato mejor. La literatura está llena de oportunida­des perdidas y sus protagonis­tas lo pasan fatal. Además, no había contrato alguno. Somos freelance, autónomos, independie­ntes. ¿Para qué pasar por ese trance engorroso del “tenemos que hablar”?

Hablar no está de moda. Como mucho, le envías unos emoticonos o unos gifs que lo dicen todo. Admitir que es complicado es admitir que no llamas a las cosas por su nombre. Hagámoslo fácil: no te enfrentes la situación, mejor huye. El otro ya lo entenderá. Y si no lo entiende, si no entiende nada de nada, si se flagela preguntánd­ose qué ha ocurrido o en qué la cagó, si se angustia por el abandono, si le cuesta asumir esta interrupci­ón abrupta, aquí, ahora, tan fuera de lugar, si no sabe cómo va a encarar esta crisis, tanto da, porque este ha dejado de ser tu problema. ¿Los políticos ya eran así? ¿Y los intelectua­les? ¿Y los directivos? ¿Y los economista­s? ¿Hay alguien que aún asuma la responsabi­lidad de dar explicacio­nes?

Hagámoslo fácil: no te enfrentes la situación, mejor huye; el otro ya lo entenderá

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