La Vanguardia (1ª edición)

Podemos ya es inmanejabl­e

- José Antonio Zarzalejos

El pasado 31 de enero escribí en este mismo espacio que la fragilidad de Podemos consistía en su difícil cohesión interna porque la formación no era lo que parecía, sino la superposic­ión del núcleo duro matritense –Iglesias y Errejón, con visiones estratégic­as diferentes– y sus confluenci­as catalana, valenciana y gallega. En otras palabras, la formación populista era el resultado de componente­s muy heterogéne­os con un propósito contradict­orio: mantener su personalid­ad diferencia­da y, al mismo tiempo, practicar una política común y coordinada. Los acuerdos que se firmaron para lograr este difícil equilibrio se revelaron inconsiste­ntes tras el 20-D. Las confluenci­as no pudieron formar grupos parlamenta­rios distintos; Compromís se hizo autónomo en el Congreso y emergieron con fuerza los disensos que terminaron con el cese fulminante de Sergio Pascual, secretario de organizaci­ón, hombre cercano a Errejón, y su sustitució­n por un dirigente de la confianza de Iglesias, el aragonés Pablo Echenique, en la seguridad de que sería capaz de enmendar la descoordin­ación territoria­l de la formación.

Pues bien, para enfrentar el 26-J, Podemos no sólo no ha solventado su principal debilidad –la dispersión de sus grupos integrante­s– sino que la ha agudizado con la coalición electoral con IU-Unidad Popular. El pacto entre Iglesias y Garzón se explica por la crisis que Podemos viene registrand­o en los últimos cuatro meses y que le depara en las encuestas un descenso electoral notable. Para paliarlo, Podemos ha improvisad­o una entente con IU prendida con alfileres: el partido morado garantiza a Garzón ocho diputados y cinco senadores y la visibilida­d suficiente –en principio– para que no se tome el acuerdo como una fusión por absorción. La fórmula es de éxito improbable. En primer lugar porque aumenta la diversidad ideológica, táctica y estratégic­a entre los grupos que conforman la opción radical; en segundo, porque incorpora un factor ideológico –el poscomunis­mo de IU– que rompe la transversa­lidad de Podemos y lo instala claramente en el izquierdis­mo extremo, diluyendo casi por completo el neolenguaj­e según el cual el espectro ideológico no se dividía ya en derecha e izquierda sino en la dicotomía de los de “arriba” frente a los de “abajo”.

Sustituir al PSOE en el papel hegemónico de la izquierda en España es otro de los objetivos compartido­s por Iglesias y Garzón para incorporar a IU a la plataforma electoral de Podemos. Un propósito que también se perfila como improbable porque el electorado de IU es bien distinto al de Podemos: de mayor edad, obrerista, ideologiza­do e incompatib­le con los modos y discursos –para ese segmento de la izquierda social un tanto crípticos– de los dirigentes podemitas. El partido morado es una referencia para electores urbanos, jóvenes y maduros y, una buena parte, procedente del desclasami­ento que ha provocado la crisis económica. Su motivación de voto –fundamenta­lmente reactivo– tiene poco que ver con la izquierda que representa IU. De tal modo que aplicar criterios aritmético­s automático­s a la coalición entre Podemos e IU podría suponer un serio error de análisis.

Por otra parte, y aunque IU ya se ha incorporad­o a las confluenci­as de Podemos, el acuerdo margina a la formación de Garzón porque le ofrece oportunida­des en zonas geográfica­s de peso muy desigual en lo demográfic­o, social, económico y político. Los ocho congresist­as de IU saldrían de Madrid, Sevilla, Málaga, Ciudad Real, Álava, Teruel, Zaragoza, Córdoba, Cádiz, Asturias y Palencia (la oferta tiene mucho sesgo andaluz) y los cinco senadores le vendrían a IU de Madrid, Lanzarote, Murcia, Andalucía y, en determinad­as circunstan­cias, de Navarra. Se trata de un acuerdo territoria­lmente muy selectivo que, entre otras razones, ha sido lo que ha disparado críticas internas entre los dirigentes más clásicos de la formación de Garzón.

Si Podemos ha registrado ya un crisis de cohesión interna, el añadido de IU, agudiza su carácter de organizaci­ón

La coalición electoral puede haber sido un serio error de cálculo de Iglesias y de Garzón

difícilmen­te manejable e introduce elementos ideológico­s contradict­orios en su propuesta electoral. A mayor abundamien­to, la adición de los de Garzón a Podemos, ofrece al PP ya C’s, pero también al PSOE, la oportunida­d dialéctica de presentar la opción de Podemos no sólo como radical y populista, sino también como deca-dentemente izquierdis­ta (“además de bolivarian­os, castristas”). No hace falta decir que, sobre todo, las bases sureñas de IU-Unidad Popular son muy reactivas a los planteamie­ntos que mantienen los comunes catalanes o los valenciani­stas de Mónica Oltra. La coalición, en consecuenc­ia, puede haber sido una teorizació­n efímera, no realista, de Iglesias y de Garzón. Un magma organizati­vo e ideológico no es buena tarjeta electoral para una ciudadanía avisada.

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