Podemos ya es inmanejable
El pasado 31 de enero escribí en este mismo espacio que la fragilidad de Podemos consistía en su difícil cohesión interna porque la formación no era lo que parecía, sino la superposición del núcleo duro matritense –Iglesias y Errejón, con visiones estratégicas diferentes– y sus confluencias catalana, valenciana y gallega. En otras palabras, la formación populista era el resultado de componentes muy heterogéneos con un propósito contradictorio: mantener su personalidad diferenciada y, al mismo tiempo, practicar una política común y coordinada. Los acuerdos que se firmaron para lograr este difícil equilibrio se revelaron inconsistentes tras el 20-D. Las confluencias no pudieron formar grupos parlamentarios distintos; Compromís se hizo autónomo en el Congreso y emergieron con fuerza los disensos que terminaron con el cese fulminante de Sergio Pascual, secretario de organización, hombre cercano a Errejón, y su sustitución por un dirigente de la confianza de Iglesias, el aragonés Pablo Echenique, en la seguridad de que sería capaz de enmendar la descoordinación territorial de la formación.
Pues bien, para enfrentar el 26-J, Podemos no sólo no ha solventado su principal debilidad –la dispersión de sus grupos integrantes– sino que la ha agudizado con la coalición electoral con IU-Unidad Popular. El pacto entre Iglesias y Garzón se explica por la crisis que Podemos viene registrando en los últimos cuatro meses y que le depara en las encuestas un descenso electoral notable. Para paliarlo, Podemos ha improvisado una entente con IU prendida con alfileres: el partido morado garantiza a Garzón ocho diputados y cinco senadores y la visibilidad suficiente –en principio– para que no se tome el acuerdo como una fusión por absorción. La fórmula es de éxito improbable. En primer lugar porque aumenta la diversidad ideológica, táctica y estratégica entre los grupos que conforman la opción radical; en segundo, porque incorpora un factor ideológico –el poscomunismo de IU– que rompe la transversalidad de Podemos y lo instala claramente en el izquierdismo extremo, diluyendo casi por completo el neolenguaje según el cual el espectro ideológico no se dividía ya en derecha e izquierda sino en la dicotomía de los de “arriba” frente a los de “abajo”.
Sustituir al PSOE en el papel hegemónico de la izquierda en España es otro de los objetivos compartidos por Iglesias y Garzón para incorporar a IU a la plataforma electoral de Podemos. Un propósito que también se perfila como improbable porque el electorado de IU es bien distinto al de Podemos: de mayor edad, obrerista, ideologizado e incompatible con los modos y discursos –para ese segmento de la izquierda social un tanto crípticos– de los dirigentes podemitas. El partido morado es una referencia para electores urbanos, jóvenes y maduros y, una buena parte, procedente del desclasamiento que ha provocado la crisis económica. Su motivación de voto –fundamentalmente reactivo– tiene poco que ver con la izquierda que representa IU. De tal modo que aplicar criterios aritméticos automáticos a la coalición entre Podemos e IU podría suponer un serio error de análisis.
Por otra parte, y aunque IU ya se ha incorporado a las confluencias de Podemos, el acuerdo margina a la formación de Garzón porque le ofrece oportunidades en zonas geográficas de peso muy desigual en lo demográfico, social, económico y político. Los ocho congresistas de IU saldrían de Madrid, Sevilla, Málaga, Ciudad Real, Álava, Teruel, Zaragoza, Córdoba, Cádiz, Asturias y Palencia (la oferta tiene mucho sesgo andaluz) y los cinco senadores le vendrían a IU de Madrid, Lanzarote, Murcia, Andalucía y, en determinadas circunstancias, de Navarra. Se trata de un acuerdo territorialmente muy selectivo que, entre otras razones, ha sido lo que ha disparado críticas internas entre los dirigentes más clásicos de la formación de Garzón.
Si Podemos ha registrado ya un crisis de cohesión interna, el añadido de IU, agudiza su carácter de organización
La coalición electoral puede haber sido un serio error de cálculo de Iglesias y de Garzón
difícilmente manejable e introduce elementos ideológicos contradictorios en su propuesta electoral. A mayor abundamiento, la adición de los de Garzón a Podemos, ofrece al PP ya C’s, pero también al PSOE, la oportunidad dialéctica de presentar la opción de Podemos no sólo como radical y populista, sino también como deca-dentemente izquierdista (“además de bolivarianos, castristas”). No hace falta decir que, sobre todo, las bases sureñas de IU-Unidad Popular son muy reactivas a los planteamientos que mantienen los comunes catalanes o los valencianistas de Mónica Oltra. La coalición, en consecuencia, puede haber sido una teorización efímera, no realista, de Iglesias y de Garzón. Un magma organizativo e ideológico no es buena tarjeta electoral para una ciudadanía avisada.