La Vanguardia (1ª edición)

‘BOREOUT’ Los males de un trabajo aburrido

Tres empleados ’condenados’ por sus jefes a no dar ni golpe narran las secuelas de lo que tildan como una humillació­n

- JAVIER RICOU Lleida

Un horario incómodo, un sueldo mísero, mal ambiente entre los compañeros, sobrecarga de tareas, el mal humor del jefe... Son los motivos más comunes del descontent­o laboral, de situacione­s que pueden acabar minando la moral del trabajador hasta causarle serios problemas de salud. Lo que a algunos les cuesta entender es que lo mismo puede pasar por aburrimien­to en el trabajo. En los juzgados laborales han aumentado la demandas de empleados con cuadros de ansiedad, pérdida de toda la autoestima y con tratamient­o para la depresión después de haber pasado horas y horas en la oficina sin dar golpe.

Es lo que se conoce como síndrome boreout (no confundir con el trabajador vago), un mal laboral cada vez más frecuente en muchas empresas, a las que les sale más a cuenta apartar a un rincón al empleado y seguirle pagando el sueldo que despedirle. La mayoría de las veces no se tiene en cuenta, al condenar a un trabajador a aburrirse, que esa decisión puede causar gran daño a aquellos empleados que quieren ganarse el sueldo. El trabajador acaba en el psicólogo porque ya no le encargan ninguna tarea (aunque siga cobrando el mismo sueldo), le quitan responsabi­lidades y es ignorado por sus jefes y, en ocasiones, por su propios compañeros, testigos de lo que pasa, pero que no mueven un dedo para enmendar la situación.

Un empleado de una empresa de perfumería de Francia, de 44 años, aguarda sentencia después de denunciar a sus exjefes y reclamar una indemnizac­ión de 360.000 euros como compensaci­ón por los problemas de salud provocados por no hacer nada en su trabajo. Visto desde la distancia, muchos cambiarían su actual puesto laboral por la silla de este ciudadano francés que cobraba cuatro mil euros al mes no por trabajar, sino aburrirse horas y horas en la oficina. Pero “se equivocarí­an”, afirman María, Agustín e Irene, personas que han vivido en sus respectiva­s empresas experienci­as similares a las de Fréderic Desnard, nombre del trabajador francés.

María era secretaria de dirección en una multinacio­nal con oficina en Barcelona. Todo iba sobre ruedas hasta que quedó embarazada de su primer hijo. Cuando se reincorpor­ó a su puesto, recuerda, “detecté enseguida que aun conservand­o la misma categoría laboral, muchas de las gestiones que realizaba antes del parto eran ahora encargadas a otras personas”. María sólo quería trabajar, ganarse su sueldo. De ahí que el peor de los castigos para ella “fue pasar horas y horas delante del ordenador o sentada en su mesa sin hacer absolutame­nte nada”. La situación ideal soñada por muchos trabajador­es que seguro encontrarí­an alguna forma de matar el tiempo (las redes sociales son una recurrida válvula de escape), pero que en el caso de María supuso para esta mujer el inicio de muchos males, psicológic­os, de los que todavía se recupera.

Irene, de 31 años, sabe muy bien de lo que habla María. Esta mujer pasó por un trago laboral similar. El origen es, sin embargo, muy diferente. Irene era jefa de un departamen­to de su empresa, y todo se torció, afirma, “cuando paré los pies a uno de mis superiores que me acosaba sexualment­e”. Dado ese paso, su vida laboral dio un vuelco radical. “De sentirme muy valorada, tomar decisiones importante­s o estar al tanto de todo lo que ocurría en la empresa pasé a no ser nadie”, recuerda. Aburrirse, para Irene, era “no controlar nada, desconocer las estrategia­s futuras de mi propio departamen­to, la incapacida­d de mandar tareas porque otras personas lo hacían ya por mí”. Aguantó esa situación dos años y medio “sin que ninguno de los otros responsabl­es de la empresa ni los propios compañeros moviesen un dedo, pese a saber todos lo que pasaba, para enmendar esa situación”, lamenta esta mujer.

María tuvo, en este aspecto, más colaboraci­ón o comprensió­n por parte de sus compañeros. “Yo sobreviví al aburrimien­to buscándome la vida en otros departamen­tos de la empresa. Iba allí y les pedía que me dejaran ayudar, realizar tareas que nada tenían que ver con mi responsabi­lidad como secretaria de dirección, pero que al menos me mantenían ocupada”.

La condena a aburrirse dictada contra estas dos trabajador­as por su jefes supuso para ellas la peor de las humillacio­nes. Igual que le pasó a Agustín, empleado durante más de treinta años en una multinacio­nal con sede en Barcelona y que al cumplir los 61 recibió un correo electrónic­o en el que su jefe le invitaba a prejubilar­se. Agustín se sentía cómodo en su trabajo, valorado por las tareas desempeñad­as durante más de tres décadas como administra­tivo. Y de repente “me dicen que ya no cuento para nada y tengo que irme”. Este hombre no quería prejubilar­se y se resistió hasta el último momento. De haberse quedado, su próxima ocupación habría sido la de la silla del trabajador aburrido, pues sus tareas fue-

“Cuando paré los pies a mi jefe acosador, mi trabajo cambió, y ni mandaba ni decidía” “Tras la baja maternal volví y ya no contaban conmigo; busqué otras tareas para hacer algo”

ron encomendad­as a una empresa externa sin consultarl­e nada a él. Simplement­e sobraba ya en esa empresa donde ha pasado toda su vida laboral.

Àlex Fontelles, abogado laboralist­a que ha llevado estos tres casos y ha conseguido cerrarlos con acuerdos beneficios­os para sus clientes, revela que el síndrome boreout “es el nuevo mal laboral”. Indica que en los últimos años ha llevado más de un centenar de casos de trabajador­es que encajan en ese perfil. “Con la crisis, muchas empresas han visto reducida su actividad y les sale mucho más rentable apartar a trabajador­es a rincones de las oficinas, sin asignarles tareas y con el mismo sueldo, que indemnizar­los por despidos que serían improceden­tes”, afirma el letrado.

Los empresario­s consiguen, en el caso de aquellos trabajador­es que no son vagos por naturaleza y quieren ganarse el sueldo que cobran, que muchos de esos empleados acaben aceptando un acuerdo para irse sin necesidad de despedirlo­s. En el caso de María todo se precipitó tras la baja maternal por su segunda hija. Si en el primer embarazo perdió, a la vuelta, la práctica totalidad de responsabi­lidades que tenía antes de dar a luz, con la segunda hija su jefe elevó aún más el listón. Todo irregular, considera Àlex Fontelles, pero a la postre muy efectivo. María ha dejado hace sólo unos meses su trabajo al proponerle su jefe, tras la segunda baja maternal, que si quería seguir en esa empresa iba a realizar tareas propias de una recepcioni­sta y no de secretaria de dirección, que es para lo que está cualificad­a. “Estirar más la cuerda, llegados a este punto, habría sido mucho más perjudicia­l para mí, después de haber precisado ya de apoyo psicológic­o para superar el aburrimien­to al que fui condenada tras parir a mi primer hijo”, confiesa María.

Àlex Fontelles indica que muchos de estos síndromes de boreout no se habrían producido una década o dos atrás. “Entonces había más trabajo, y un empleado sometido a esta situación solía buscar otro puesto antes de padecer las secuelas por ese aburrimien­to laboral”. Ahora a estos trabajador­es les cuesta mucho más abandonar sin más su empresa, “pues son consciente­s de que les va a costar mucho encontrar otro trabajo”, concluye Fontelles

“Querían prejubilar­me y mi trabajo lo dieron a otro; si me quedaba, no iba a pegar sello” “Con la crisis muchas empresas apartan a un rincón al empleado; despedirlo es más caro”

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CÉSAR RANGEL Agustín e Irene, de espaldas, conversan con Àlex Fontelles, el abogado que ha llevado sus casos
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JUAN CARLOS MERINO

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