Las señales que activan la alarma
Infraexigencia. El trabajador es consciente de que podría rendir mucho más de lo que la empresa le exige. Su rendimiento se sitúa muy por debajo de lo que podría aportar con su trabajo. Cuantitativa. Se refiere a la cantidad de trabajo. El empleado tiene encomendadas pocas tareas o bien el trabajo se distribuye siempre entre los mismos, entre un equipo al que él ha dejado de pertenecer sin que le expliquen los motivos. Cualitativa. Hace referencia al contenido del trabajo. Las tareas son demasiado sencillas o no tienen ninguna trascendencia en el resultado global de la empresa. No se tiene ya ninguna responsabilidad sobre ellas o son tareas muy rutinarias que cualquiera de la oficina puede hacer. No hay estímulo ni motivación. Insatisfacción. La nueva situación laboral genera una gran insatisfacción en el trabajador. Se considera desaprovechado al no darle la oportunidad de aplicar sus conocimientos y habilidades por el bien de la empresa. No percibe ninguna señal por parte de sus jefes de que esa situación pueda cambiar. Desinterés. Al ser apartado de las decisiones importantes o tareas más complicadas el trabajador pierde la identificación con el trabajo. Llega la indiferencia, y el empleado ya no encuentra ningún sentido a lo que hace. Humillación. Muchos trabajadores consideran una humillación ser apartados a un rincón, cuando podrían aportar muchos conocimientos a su empresa. Autoestima. El trabajador pierde toda su autoestima, y se corre el riesgo de entrar en un cuadro de ansiedad. Aburrimiento. Es la última fase. La señal que dispara todas las alertas. El trabajador, que no es un perezoso, no sabe qué hacer porque nadie el encarga trabajo. Las horas en la oficina se hacen eternas. Aparecen la desgana y la apatía. No hay ningún estímulo, aunque se cobre, que justifique ya acudir al trabajo.