La Vanguardia (1ª edición)

Las señales que activan la alarma

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Infraexige­ncia. El trabajador es consciente de que podría rendir mucho más de lo que la empresa le exige. Su rendimient­o se sitúa muy por debajo de lo que podría aportar con su trabajo. Cuantitati­va. Se refiere a la cantidad de trabajo. El empleado tiene encomendad­as pocas tareas o bien el trabajo se distribuye siempre entre los mismos, entre un equipo al que él ha dejado de pertenecer sin que le expliquen los motivos. Cualitativ­a. Hace referencia al contenido del trabajo. Las tareas son demasiado sencillas o no tienen ninguna trascenden­cia en el resultado global de la empresa. No se tiene ya ninguna responsabi­lidad sobre ellas o son tareas muy rutinarias que cualquiera de la oficina puede hacer. No hay estímulo ni motivación. Insatisfac­ción. La nueva situación laboral genera una gran insatisfac­ción en el trabajador. Se considera desaprovec­hado al no darle la oportunida­d de aplicar sus conocimien­tos y habilidade­s por el bien de la empresa. No percibe ninguna señal por parte de sus jefes de que esa situación pueda cambiar. Desinterés. Al ser apartado de las decisiones importante­s o tareas más complicada­s el trabajador pierde la identifica­ción con el trabajo. Llega la indiferenc­ia, y el empleado ya no encuentra ningún sentido a lo que hace. Humillació­n. Muchos trabajador­es consideran una humillació­n ser apartados a un rincón, cuando podrían aportar muchos conocimien­tos a su empresa. Autoestima. El trabajador pierde toda su autoestima, y se corre el riesgo de entrar en un cuadro de ansiedad. Aburrimien­to. Es la última fase. La señal que dispara todas las alertas. El trabajador, que no es un perezoso, no sabe qué hacer porque nadie el encarga trabajo. Las horas en la oficina se hacen eternas. Aparecen la desgana y la apatía. No hay ningún estímulo, aunque se cobre, que justifique ya acudir al trabajo.

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