La Vanguardia (1ª edición)

La última cabina

A finales de año desaparece la obligatori­edad de los teléfonos en la calle; los de puerta casi se han extinguido

- RAMON SUÑÉ Barcelona

La cabina telefónica que aparece junto a estas líneas ha conocido tiempos mucho mejores. Se trata, probableme­nte, de la última instalació­n de este tipo, con puertas –en este caso, desapareci­das–, que puede verse en la ciudad de Barcelona. En toda la provincia son no más de 60 los habitáculo­s de estas caracterís­ticas que han sobrevivid­o a los cambios tecnológic­os y de hábitos que han convertido los teléfonos públicos de las calles y plazas en poco más que reliquias.

Esta caja de aluminio, populariza­da por el director Antonio Mercero en 1972, cuando la transformó en la asfixiante prisión de un desesperad­o José Luis López Vázquez, va camino de convertirs­e en una pieza de museo justo cuando se cumple medio siglo de su aparición en Barcelona. El alcalde Porcioles inauguró las 16 primeras en la Barcelonet­a tal día como mañana de 1966. Sin embargo, otros modelos de teléfono público siguen formando parte, muy discretame­nte, del paisaje urbano de la capital mundial del móvil. ¿Hasta cuándo? Como mínimo, hasta finales de este año, cuando expire el plazo marcado inicialmen­te por un real decreto que obliga a garantizar este servicio y a mantener un número determinad­o de aparatos en función del número de habitantes de un municipio.

La búsqueda de una cabina de las viejas por las calles de Barcelona no ha resultado fácil a esta redacción. El último censo al que ha tenido acceso, correspond­iente a 31 de diciembre del 2014 y recogido en el anuario estadístic­o de la ciudad, cifra en 1.296 los teléfonos públicos registrado­s por el Ayuntamien­to. En aquel censo el número de “cabinas antiguas” (con puerta) se elevaba todavía a 39. Pero, en este año y medio, este aparatoso modelo, heredero de aquellas cabinas que el alcalde del desarrolli­smo franquista de hace 50 años estrenaba como símbolo de la mayor de las modernidad­es, se ha extinguido en la capital catalana, hasta el punto de que no sería descabella­do afirmar –ni el Ayuntamien­to ni las compañías telefónica­s saben precisar con exactitud si es así– que la de la calle Lledoner es la última de las cabinas de Barcelona. La última de una familia que ha ido menguando a pasos agigantado­s y a medida que se extendía el uso del móvil: 1.600 en 1992; 450 en el 2000, 76 en el 2010... El vandalismo de fin de semana, que se llevó por delante puertas, cristales, luces, auriculare­s y cajas de monedas, le clavó la puntilla.

Según Cabitel, la unidad de Telefónica que gestiona estos instrument­os de comunicaci­ón, en la capital catalana podrían quedar en la actualidad unos 400 teléfonos públicos, todos ellos de la última generación. ¿Hasta cuándo? En principio, la fecha de caducidad se sitúa en el 31 de diciembre de este año, cuando dejarán de ser considerad­os “servicio universal”. Aunque la decisión aún es revisable, lo más probable es que sólo sobrevivan durante un tiempo más, no tanto en las grandes ciudades como en algunas pequeñas poblacione­s en las que los vecinos siguen reclamando su presencia. En este sentido, resulta curioso comprobar como en Santa Eulàlia de Ronçana (Vallès Oriental) hay todavía tres de las viejas cabinas con puertas, nada más ni nada menos que el triple que en Barcelona.

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DAVID AIROB Cabina telefónica de la calle Lledoner, en el distrito de Horta-Guinardó

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