La Vanguardia (1ª edición)

El kamikaze pacifista

KANAME HARADA (1916-2016) Último supervivie­nte japonés de la batalla de Pearl Harbor

- GUILLE ÁLVAREZ

Kaname Harada aseguraba: “Aún recuerdo el rostro de aquellos a quienes maté. También eran padres e hijos, no les odiaba y de hecho ni les conocía”. Así explicaba su experienci­a como piloto de la aviación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. El conflicto le robó la humanidad y le persiguió el resto de sus días hasta su muerte, el pasado 3 de mayo en Nagano, ciudad situada al noroeste de Tokio.

Tenía 99 años y era el último piloto japonés supervivie­nte de la batalla de Pearl Harbor según Dan King, autor del libro The last zero fighter, unas memorias de la experienci­a de los aviadores nipones en la guerra del Pacífico, conocidos por pilotar el conocido Mitsubishi A6M Zero –el modelo de los kamikazes–. “Me di cuenta de que la guerra me había convertido en un asesino”, afirmó Harada a The New York Times el año pasado.

Con 17 años, se alistó a la Armada imperial japonesa en vez de esperar a ser llamado a filas. En 1937 se graduó como primero de su promoción de vuelo –se apuntaron más de 1.500 hombres y solo pasaron las pruebas 26– y poco después empezó a derribar enemigos: según los registros derribó 19 aeronaves en Manchuria, Ceilán, Midway y Guadalcana­l antes de ser abatido en 1942.

En medio de la jungla de las Islas Salomón, el joven piloto tuvo que cavar con sus propias manos para escapar de la prisión de hierro en que se convirtió su avión al estrellars­e. “Me saltaron todas las uñas y podía ver el hueso, pero cavé y cavé para sobrevivir”, recordó en un perfil de The Japan Times. “Al escapar tenía tanta sed que bebí agua de un charco lleno de insectos y gusanos”.

Tras ser rescatado y recuperars­e de las heridas de combate, Harada entrenó a futuros kamikazes hasta el final del conflicto. Después se retiró al campo y fue granjero a pesar de sentirse perseguido por los fantasmas del pasado. “La guerra te roba la humanidad ya que te sitúa en una posición en la que debes elegir entre matar a completos desconocid­os o morir a sus manos”, explicaba.

Cuando Japón claudicó, los soldados que sobrevivie­ron tuvieron que aguantar una opinión pública desfavorab­le: “Con la derrota la gente se volvió fría con nosotros”. Animado por su mujer, Harada decidió compensar el daño infligido montando una guardería en Nagano. “En la primera encarnació­n en esta vida fui un asesino despiadado… ahora voy al jardín de infancia cada día para interactua­r con los niños. Quiero nutrir corazones amables y considerad­os en cada uno”, comentó a The Australian.

El expiloto transformó su experienci­a bélica en un alegato pacifista tras darse cuenta, sobre todo durante la guerra del Golfo, que los jóvenes a su alrededor veían los conflictos como algo divertido parecido a un videojuego. En 1991, en el 50.º aniversari­o de la batalla de Pearl Harbor, Harada viajó a Estados Unidos y fraguó una amistad con Joe Foss, el piloto que le derribó en Guadalcana­l.

“Cuento mis experienci­as para que las generacion­es más jóvenes no deban sufrir los mismos horrores que yo”, explicó el año pasado en una conferenci­a en Nagano. “Hay políticos que no entienden que la guerra debe evitarse a toda costa. En este sentido se parecen mucho a nuestros líderes de antes de la guerra”.

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TORU YAMANAKA / AFP

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