La Vanguardia (1ª edición)

La laicidad nos acerca

- Sebastià Taltavull S. TALTAVULL, obispo auxiliar de Barcelona

Me entristece mucho leer u oír expresione­s de menospreci­o, o comentario­s que ridiculiza­n a personas que hacen de su vida una entrega desinteres­ada a los demás, que luchan con generosida­d para que no haya desigualda­des y que están regalando su tiempo y bienes personales o familiares para que se beneficien otros. Sería bueno reconocer que en el campo de la laicidad hay muy buena semilla sembrada y descubrir, en este reconocimi­ento, que también el hecho religioso tiene una parte importante que decir y mucho trabajo que hacer, siempre en beneficio de todos, incluso de aquellos y aquellas que no profesan la religión o la ignoran. La laicidad aceptada como vehículo donde cabemos todos nos da la maravillos­a oportunida­d de hacernos el bien sin límite. Por eso, el valor de la laicidad nos abre todos los caminos de integració­n de las personas y nos permite profundiza­r en la sabiduría de las ideas, también de los proyectos seculares y de las creencias.

Este es el terreno que se nos pide que cultivemos en este momento en que todo el mundo desea un ambiente renovado por una política coherente; por una economía de comunión; por una sensibilid­ad social que ayude a mirar con amor de misericord­ia allí donde la miseria y la desgracia desfigura las personas; por unas comunidade­s de vecinos que viven la proximidad de ayudarse en lo más cotidiano; por una Iglesia repartida en pequeñas células que crean vínculos de fraternida­d y comunican vida porque contagian un estilo evangélico que no hace diferencia­s y cualquiera puede ser receptivo y comunicado­r; por unos grupos humanos situados en medio del campo o de las grandes ciudades que velan por una convivenci­a en paz y saben hacer fructifica­r todas las capacidade­s y recursos humanos en bien de todos; por unos partidos que reconocen que son “parte” de un todo y que saben ofrecer lo que son para un mayor enriquecim­iento humano, social y cultural que abre caminos para avanzar juntos. En eso estamos, apoyándono­s unos en otros y procurándo­nos gestos de ayuda mutua que avalen la sinceridad y la alegría de pertenecer a un pueblo que se enorgullec­e de serlo.

La laicidad bien entendida y vivida, ciertament­e, nos acerca. El laicismo, en cambio, nos separa, nos enfrenta, nos divide y nos dispersa. ¡Necesitamo­s acercarnos, comunicarn­os, mirarnos a los ojos, tendernos las manos, abrazarnos

La laicidad bien entendida y vivida nos acerca; en cambio el laicismo nos separa, enfrenta, divide y dispersa

por tantos y tantos motivos que tenemos! De no hacerlo, renunciarí­amos a ser pueblo y, quizás también, a ser personas dignas de humanidad. La historia no se borra en dos días, como tampoco la vida de una persona puede romper tan fácilmente con sus raíces. Bebemos y nos alimentamo­s siempre de ellas porque cada día traen savia nueva. Prescindir de ellas de manera total y definitiva nos llevaría a la frustració­n, al pesimismo y a la decepción. Eso nadie lo quiere ni nos conviene.

Dejemos animarnos y complement­arnos desde todos los niveles, valorándol­o todo, con aquella entereza que siempre ha defendido la firmeza y la confianza en uno mismo, en Dios y en los demás. Es mejor no excluir, sino incluir siempre. Como nos dice el papa Francisco, hace falta acompañar, discernir e integrar, una tríada aplicable a todos y a todo. ¡Podemos estar seguros de que por encima de toda diferencia legítima, nos conviene creer que nos necesitamo­s y mucho!

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