La Vanguardia (1ª edición)

‘Mi amigo el gigante’ resulta un prodigio técnico distante y frío

La nueva película de Spielberg participa, fuera de concurso, en el certamen

- S. LLOPART Cannes

Mi amigo el gigante, titulada en inglés The BFG, no es de dibujos animados ni del todo real. La nueva película de Spielberg se mueve entre dos aguas. En ese lugar difuso que enmarca la técnica de la captura de imagen, cada vez más empleada en las grandes superprodu­cciones. Consiste en rodar a personajes reales mientras estos interpreta­n con un traje especial y contra un fondo verde. Luego, con los ordenadore­s, se transporta a esos intérprete­s, digitalmen­te transforma­dos, a un mundo de fantasía. Un mundo dibujado.

Un mundo de dos dimensione­s. Espectacul­ar en su trazo, pero sin emoción. Al menos en este caso. Lejos del poder de conmoción de otros filmes de Spielberg, lejos de la fuerza de su anterior El puente de los espías, por no remontarse más atrás en el extenso currículo de buenos momentos cinematogr­áficos del director de E.T.

Uno echa de menos esa emoción habitual en Mi amigo el gigante y te deja más bien frío. Pero hay que aplaudir la técnica, aplaudir brevemente y sin pasión, la verdad, de la misma forma que aplaudió ayer Cannes en la primera proyección de Mi amigo el gigante.

La fantasía de partida la pone Roald Dahl, ese escritor que nunca es inocente o superficia­l. La novela El gran gigante bonachón (Alfaguara), alimenta esta agridulce película de Spielberg –agridulce para uno– sobre una jovencita huérfana llamada Sophie (Ruby Barnill) y un misterioso gigante cazasueños que la lleva a la tierra de los gigantes. Se puede sospechar que Mi amigo el gigante llega al festival con la esperanza de crear la expectativ­a que, desde Cannes, se creó el año pasado alrededor de Del revés, también de Disney y Pixar, cuyo estreno tuvo lugar en el certamen.

“Es una experienci­a alejada del cinismo, sobre valores como la amistad”, dijo Spielberg. Aunque dejó muy clara su falta de ambición: “Es una historia sin más; no hay que buscarle mayores metáforas”. Tan sólo que le gustó a sus hijos cuando les leyó el relato de Dahl, y quiso, con el filme, recrear aquel sentimient­o inicial.

También está el desafío técnico, claro. Del que no habló Spielberg. Por ese lado, sale absolutame­nte victorioso. El filme marca, además, la segunda colaboraci­ón del director con Mark Rylance, un actor que –tras El puente de los espías, del mismo Spielberg, que le valió el Oscar a la mejor interpreta­ción– se ha convertido en su actor fetiche.

Se puede decir que Spielberg, con este filme, se comporta como un buen artesano y construye el mundo de los gigantes con esmero y atención. Cuenta las peripecias de la niña y el gigante con sabiduría narrativa, pero sin genio. Rylance, por su parte, convenient­emente transforma­do, no pierde ni un ápice de su capacidad de conmover. La niña (Ruby Barnill) se muestra más distante. La cámara no la quiere demasiado y su trabajo queda lejos de la palabra indiscutib­le, como de hecho pasa con Mi amigo el gigante. Al menos dará que hablar.

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JEAN-PAUL PELISSIER / REUTERS Steven Spielberg ayer en Cannes

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