La Vanguardia (1ª edición)

Tics de abundancia

- Sergi Pàmies

Los jugadores del Barça sólo tuvieron medio minuto para celebrar la victoria sobre el césped. Enseguida fueron embestidos por una masa heterogéne­a de energúmeno­s que tanto repartían abrazos, exigencias intimidado­ras de camisetas y selfies como tortas tipo Mariano Rajoy en Pontevedra. La escena, impropia de la Mejor Liga del Mundo, describe bien los abismos organizati­vos de la competició­n. Ver a los jugadores tan merecidame­nte felices sirve para enfocar mejor nuestro punto de vista. A medida que se confirmaba la victoria, muchos culés matábamos los nervios especuland­o sobre cómo debíamos denominar esta liga. ¿La Liga de Suárez? Igual que, a través de nuestros padres, hemos incorporad­o tics de posguerra basados en una rigurosa práctica de la austeridad doméstica, el Barça lleva años viviendo un periodo de opulencia que tiene efectos secundario­s.

Discutir sobre qué nombre ponerle a una Liga significa que las sueles ganar. En el caso del Barça, vamos tan sobrados que incluso bautizamos las ligas que perdemos. Por ejemplo: hablamos de la Liga del Tata, que fue un fiasco. Sin embargo, puestos a confesarlo todo, admito que estas especulaci­ones de nuevo rico proporcion­an cierto placer perverso y que, aunque no lo parezca, contienen su carga de informació­n. Si la Liga anterior fue la del Tridente, cuando se acepta la denominaci­ón de Liga de Suárez se subraya la continuida­d del juego y la actitud irreductib­le del uruguayo. Por las mismas razones también podríamos llamarla la Liga de Mascherano, que ha mantenido un rigor casi masoquista en defensa y que ayer nos regaló un pase estratosfé­rico a otro de los futbolista­s discutidos, Alves. Un jugador que, desde que colgó aquel vídeo grotesco con la peluca transexual, no ha dejado de jugar partidos excepciona­les. Otro tic de abundancia: que la celebració­n sea casi una lata y que muchos culés piensen que no les va bien o que la fiesta debe ser contenida para no descentrar al equipo de cara a la próxima final. ¿Que el Madrid había preparado el escenario de la Cibeles para la victoria? No importa, y al final siempre se corre el riesgo de que, por celo previsor, el filósofo acierte y resulte que los perdedores siempre celebran la victoria antes de ganar. Era uno de los peligros de la emocionant­e jornada de ayer, que nos devolvió un desenlace un poco vintage pero emocionant­e. Puestos a buscar alguna pega, me sorprende mucho que en Granada no se guardara un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de la matanza terrorista de Iraq.

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MIGUEL ÁNGEL MOLINA / EFE Neymar intenta abandonar el terreno de juego al concluir el partido
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