La Vanguardia (1ª edición)

Nuestra alegría nadie nos la quitará

- Pep Puig P. PUIG, escritor

De todas las canciones de misa que no tuve más remedio que aprenderme por prescripci­ón familiar durante mi niñez, hay dos que me han quedado grabadas de manera indeleble. Una, El señor hizo en mí maravillas, que para un púber desgarbado y granilloso era todo un himno a la crueldad, y el otro, la mítica La nostra alegria ningú no ens la prendrà, que entonada por según qué parroquia egarense el domingo por la noche era de una tristeza que hacía llorar.

Ayer la tarde, mientras miraba el partido en el bar de debajo de casa, no sé por qué, me venía todo el rato esta canción, sobre todo el estribillo (en el YouTube la podéis encontrar entera): “Quan esperem el cor de la nit crua, la noostra alegria ningú no ens la prendraaà, la nooostra aleeegria ningú no ens la prendraaà…”, hasta que me dije, ¿y por qué no nos la quitará nadie nuestra alegría, de verdad nadie nos la puede tomar? La alegría. Desde siempre es uno de los conceptos filosófico­s que más me han preocupado. Una vez oí decir a Raimon Panniker que para los budistas la alegría es anterior a todas las cosas, de modo que para llegar sólo se tiene que prescindir de todas las cosas.

Por lo tanto, dentro del bar, si por un momento los culés teníamos miedo de que nos quitaran la alegría, se me ocurrió que sólo teníamos que prescindir del desenlace del partido, de nuestro amor por los colores, de la tradición centenaria del club, del legado de Cruyff, de la tirria al eterno rival, de los pases de Xavi y de los goles de Messi, de los 5 a 0, y de los 2 a 6, hasta que me percaté de que para anticiparn­os a según qué “próxima noche oscura” no hacía falta llevar las cosas tan al extremo. Era igual que nuestra alegría estuviera más o menos escondida, o amenazada incluso. Tristes o contentos, estábamos todos allí para defender una causa, y eso es lo que contaba. ¿No?

Lo importante era que una vez más hubiéramos tenido el deseo de ponernos la camiseta y encontrarn­os en el bar o en casa de los amigos, de cantar “olé olé olà, ser del Barça és el millor que hi ha”, de abrazarnos con los goles y de brindar por un título de Liga que como los de antes nos ha costado dios y ayuda, y sobre todo, lo importante era la certitud de que este año la auténtica Copa del Rey (la de verdad) no la jugará el Barça, sino otro equipo que ha tenido el enorme mérito de eliminar al Matadepera, el Ullastrell y el Viladecava­lls. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que era el momento de cantar, muy juntos, “la noostra aleegria ningú no ens la prendraaà”.

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