La Vanguardia (1ª edición)

El difícil equilibrio del turismo en el Montseny

El parque natural busca el equilibrio entre el turismo y las actividade­s tradiciona­les

- ROSA M. BOSCH

A primera hora de la mañana de un domingo de abril, los coches empiezan a llegar a Coll Formic. Decenas de personas se disponen a emprender la ruta hasta la cima del Matagalls; otros se dirigen al bucólico Pla de la Calma, donde Daniel Brunet pastorea desde hace más de 40 años su rebaño de ovejas y cabras. Los excursioni­stas, corredores y ciclistas se concentran los fines de semana en las zonas más solicitada­s de un parque natural que debate cómo compaginar las actividade­s tradiciona­les con el turismo.

El número de visitantes en el Montseny se estima en casi un millón (alrededor de 900.000) al año, una cifra asumible si las visitas se repartiera­n a lo largo de los doce meses y por todo el parque natural. Pero la mayoría, cerca del 65%, según calcula su directora, Joana Barber, se concentra en la Vall de Santa Fe y sobre todo durante el otoño, en época de setas, castañas y bosques de mil colores. “Un enclave muy pequeño, que podría representa­r el 10% de la superficie del parque, soporta más de 500.000 personas. Allí está el camino más frecuentad­o, el Empedrat de Morou”, precisa Barber. En total, el Montseny, que también tiene el distintivo de reserva de la biosfera, cuenta con

29 itinerario­s, de los que seis parten de la Vall de Santa Fe.

“El problema es que Santa Fe es un área frágil, en ese ámbito cría la rana roja, y es una zona de pastos de siega, son hábitats de interés comunitari­o. La gente que va a buscar setas, piñas, castañas... deja el coche donde quiere, tapona caminos y complica la vida de los vecinos. Cuando hay aglomeraci­ones, en el punto de informació­n del parque se intenta disuadir a los recién llegados, que no vayan a Santa Fe y se dirijan a otro sitio del Montseny; hay que buscar un equilibrio”, añade la directora.

“Ahora estamos analizando hacia dónde va el Montseny. Hemos encargado un estudio para ver si es viable redistribu­ir el tráfico y fomentar el uso del transporte público. En octubre, noviembre... y siempre que nieva esto se colapsa; este otoño, los vecinos de Campins llegaron a tardar una hora y media en recorrer los seis kilómetros hasta Sant Celoni”, detalla Barber. El objetivo es saber cuánta gente estaría dispuesta a dejar su coche en un gran aparcamien­to o acceder en tren y tomar un autobús lanzadera hasta los puntos de partida de las excursione­s. Por otra parte, “también se mejoraría la oferta de autobuses para los habitantes de los municipios del interior del Montseny, que prácticame­nte no tienen servicio los fines de semana”, añade Barber.

La convivenci­a entre visitantes y residentes es uno de los temas que más preocupan: “Los turistas deben entender que cuando una zona de parking está llena no se puede aparcar en los campos de cultivo, en las parcelas forestales o en las entradas de los caminos impidiendo que los payeses puedan salir con sus tractores”.

Dentro de los límites del parque viven unas 1.200 personas. Como Daniel Brunet, de 61 años. Este pastor es el propietari­o de uno de los tres rebaños que hay en el Pla de la Calma. “Soy de la parroquia de La Castanya, de El Brull, donde hay cuatro masías ocupadas todo el año, aunque cuando era niño había una cincuenten­a de casas abiertas. Todo

esto ha cambiado mucho, antes había más ganado y lo podías dejar solo en la montaña porque llegaban menos excursioni­stas y eran muy respetuoso­s. Ahora viene mucha gente y siempre hay algunos que no muestran respeto ni considerac­ión por el entorno. A pesar de las normas y de los carteles que lo indican, pasean a sus perros sin atar. ¡Y cada año me causan la muerte de unos diez animales! El perro ataca y asusta a ovejas y cabras, algunas mueren despeñadas, las que están preñadas abortan... Toda una calamidad”, exclama con indisimula­do enfado Brunet.

Antonio Álvarez y Oleguer Plana, dos de los 16 agentes forestales del parque, subrayan que la invasión del fin de semana se traduce en situacione­s rocamboles­cas. “Los hay que entran en las fincas, se montan picnics en las mesas de las masías, y cuando los amos se dan cuenta y los invitan a marchar, los intrusos les piden las escrituras de propiedad, si no no se van. Si ya es difícil vivir en la montaña y encima los incordian... Esto sólo se soluciona con educación, por eso damos charlas en las escuelas”, cuentan Álvarez y Plana, subrayando que los que molestan son una minoría que se hace notar.

El pastor Brunet pierde una media de diez ovejas o cabras al año, de un rebaño de 300 cabezas, pero sólo contadas veces el propietari­o del perro causante del desastre se aviene a pagar el precio del animal.

El Montseny dispone de unas ordenanzas de uso público, pero sin régimen sancionado­r asociado, con lo que los guardas no tienen potestad para multar, lo que crea impotencia y desmotivac­ión. Joana Barber apunta que “ahora se está trabajando para que podamos sancionar, pero para ello necesitamo­s que lo aprueben los 18 municipios que conforman el parque”.

El aumento del número de actividade­s organizada­s, como carreras de montaña, de bici y excursione­s, propicia conflictos, sea en el Montseny, en Montserrat, Collserola o en todos los parques cercanos a la capital. Por eso se ha empezado a poner límites al número de participan­tes. Jordi Soler, jefe de la Direcció Territoria­l Nord de la Xarxa de Parcs Naturals de la Diputació de Barcelona, apunta que del 2011 al 2015 se ha pasado de 58 a 82 pruebas, con un total de 21.191 inscritos, en el Montseny. “El principal impacto es la erosión del terreno, los caminos van bajando de nivel, además de la generación de residuos, el ruido y los conflictos entre corredores, ciclistas... y las actividade­s cinegética­s”, subraya Soler, que calcula que sólo un 20% de las pruebas de montaña está bajo el amparo de la Federación d’Entitats Excursioni­stes de Catalunya (FEEC).

Para minimizar el impacto de estas competicio­nes, la Diputación de Barcelona, que junto con la de Girona gestiona el parque, ha elaborado un documento de buenas prácticas en el que se determinan los recorridos, el número de competicio­nes y el máximo de inscritos en cada una de ellas.

Los agentes forestales patrullan el Montseny cada día haciendo pedagogía. “Pedimos a los ciclistas que por favor no bajen campo a través, pero a veces te hacen caso y otras no, y no podemos hacer nada...”, comenta Antonio Álvarez. Menos frecuentes pero más preocupant­es son los robos de castañas, piñas... “Incluso vino un hombre con un camión y lo cargó con la leña que un propietari­o forestal había cortado y apilado. La cuestión es que el vehículo volcó, ¡y al día siguiente vino a pedirnos ayuda! Se justificó diciendo que ‘sólo había cogido unos tronquitos’”, relata Álvarez. Los guardas constatan que hay una cierta creencia de que lo que hay en la montaña es de todos, ignorando que allí viven familias que dependen del aprovecham­iento de sus bosques.

También han lamentado los robos por encargo de aves de alto valor, como el de tres polluelos de azor, por los que en el mercado negro amantes de la cetrería pagan generosas cifras. En este caso, el o los autores de la fechoría treparon a lo alto de un pino donde había dos nidos con las crías.

Los agentes del Montseny controlan en estas fechas 40 nidos de rapaces, que son algunas de las joyas de la corona de un macizo que cambia de paisaje a medida que gana altura: de los pinares y encinares a los hayedos y bosques de abetos con vistas al Mediterrán­eo.

LOS ACCESOS Un estudio debe determinar si ampliar el transporte público en el parque es viable

LA DIRECTORA DEL PARQUE “Un enclave muy pequeño, la Vall de Santa Fe, recibe más de 500.000 personas”

INVASIÓN DE FIN DE SEMANA “Cada año los perros sin atar me matan diez cabras y ovejas”, lamenta un pastor

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PEDRO CATENA Ciclistas, excursioni­stas y jinetes pasean por un sendero del Pla de la Calma
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PEDRO CATENA Daniel Brunet pastoreand­o un domingo de abril su rebaño de ovejas y cabras
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