El antídoto contra las manipulaciones
EL ensayista francés Albert Jacquard escribió que el debate permanente es el antídoto contra la manipulación de la opinión. Cuando uno se sumerge en las primarias estadounidenses, el espectador piensa que los debates forman parte de la esencia política. Contrastar opiniones, contrapesar propuestas y contraponer estilos es la manera más natural, inteligente y poderosa de hacer política antes de acudir a las urnas. No se trata de ganar al adversario con locuacidad, metáforas o circunloquios. Ni siquiera con trampas dialécticas para elefantes. Lo que la gente quiere saber es qué piensan sus candidatos sobre los grandes asuntos que preocupan al país. Nadie compra un brindis al sol o un exabrupto intempestivo.
En nuestro país los debates parecen molestar a los dirigentes políticos. ¿Les ha explicado alguien a qué se dedican o cómo esperan que las gentes les den su confianza? De un tiempo a esta parte los líderes se refugian en el onanismo de Twitter o en programas televisivos amables. Pero eso no es la modernidad, sino el refugio embotellado de políticos líquidos. El dirigente tiene que jugársela, echarse un pulso ideológico con el adversario, aceptar los debates públicos. No vale decir que no interesan a la gente: el último debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez retuvo el 48,6% de la audiencia o, lo que es lo mismo, lo vieron 9,7 millones de espectadores.
Recientemente, durante una entrevista en la Ser, el presidente del Gobierno en funciones declaró que no le apetecían los debates, que le resultaban incómodos y que le suponían un gran esfuerzo. Es evidente que ni es lo más divertido de la vida ni resultan confortables, y requieren esfuerzo. Pero de eso se trata la política: de llegar a la gente para explicarle por qué vale la pena votar a una fuerza y no a otra. Y eso no cuesta un euro.