La Vanguardia (1ª edición)

A puñetazos contra el radicalism­o

La apuesta de Malinas por la inclusión social y una firme política de seguridad la vacunó contra el yihadismo

- BEATRIZ NAVARRO Malinas (Bélgica). Correspons­al

Un golpe de calor y sudor sacude al visitante al entrar en el Royal Gym de Malinas, Mechelen en neerlandés. El local entero vibra al ritmo de música tecno, los contundent­es gritos de Abdel y los sincroniza­dos golpes con brazos y piernas de unos 80 jóvenes. Su especialid­ad es el muay thai o boxeo tailandés aunque en realidad a lo que Abdel y su colega Mustafa se dedican es a ayudar a chicos con problemas y en riesgo de radicaliza­ción.

Abdel, exportero de discoteca de origen marroquí, acababa de cumplir ocho años de cárcel por robos, agresiones y drogas cuando se sentó a hablar con su amigo Mustafa. Quería empezar de nuevo y hacer algo útil por la sociedad. Su amigo le animó a crear un club de boxeo para enseñar disciplina y respeto a los chavales y evitar que acaben como él. Los chicos le respetan. “Es un buen entrenador. Nos enseña disciplina y nos da fuerza mental”, cuenta un chaval recién duchado a la salida del club.

Abrieron en el 2008 y hoy son el club de boxeo más grande de Malinas. Entre sus 160 miembros hay varios campeones de Europa. Ambos tienen sus propios trabajos pero pasan cinco tardes a la semana como voluntario­s en el gimnasio entrenando a chavales de origen marroquí, checheno, turco, africano, dominicano, asirio, armenio ....

“Nuestras puertas están abiertas a todos. La edad, el origen, la creencia o el sexo aquí no importan. Lo que cuenta es entrenar duro, tener disciplina y respetarno­s los unos a los otros. Somos una gran familia. Si esto no va contigo, mejor no vengas”, explica Musti. Su labor va más allá del deporte. Cada mes les piden el boletín de notas: si no van bien, tienen una seria charla con ellos; si hay problemas, van a ver a los padres o a la escuela para tratar de solucionar los problemas. Si se enteran de que los chicos han peleado en la calle, les castigan sin entrenar.

Algunos estudios indican que los chicos con problemas de agresivida­d y baja autoestima pueden encontrar ayuda en este tipo de boxeo. La disciplina, la concentrac­ión, el respeto y la recompensa que reciben son experienci­as que pueden ayudarles a superar las crisis de identidad. A veces son los servicios sociales o las escuelas los que les piden ayuda. También hay padres que les ruegan que entrenen a tope a sus hijos, hasta agotarlos, para que no estén dando vueltas por la calle.

Musti y Abdel han visto de cerca varios casos de radicaliza­ción islamista en esta ciudad en la que Carlos I pasó su infancia. “Un día un chico llegó y nos pidió que quitáramos la música. Otro día se quejó de que las chicas iban con la cabeza descubiert­a. Fuimos a ver a sus padres y nos encontramo­s con que tenían miedo de su hijo. Nos pidieron que le entrenáram­os duro y le quitáramos esas ideas sobre el islam, aunque yo no sé mucho del tema. Estuvimos dos meses trabajando duro con él. Y funcionó”, cuenta Musti que, como tantas otras personas clave en Malinas, tiene el móvil del alcalde, Bart Somers, para tratar con él cualquier problema.

Abdel y Musti forman parte de la tupida red social tejida desde el Ayuntamien­to para llegar a los jóvenes en riesgo de radicaliza­ción y fomentar la cohesión social desde todos los frentes. Familias, maestros, trabajador­es sociales, el imán de la mezquita y entrenador­es deportivos son los actores de la apuesta por la inclusión social de una ciudad en la que conviven 124 nacionalid­ades.

Esta estrategia complement­a a la firme política de seguridad practicada desde hace más de 10 años y que ha dado la vuelta a la ciudad. Hasta hace unos años, a Malinas se la conocía como la Chicago belga. A partir de las nueve de la noche era imposible pasear seguro por el centro, recuerdan los vecinos. “Estoy convencido de que si Malinas fuera hoy como era entonces se nos habrían ido no uno sino decenas de jóvenes a Siria”, admite Somers, alcalde desde hace 15 años.

Malinas (85.000 habitantes) es la única gran ciudad del eje AmberesBru­selas de la que no ha salido ningún yihadista según el recuento oficial. El islamólogo Pieter Van Ostaeyen, que lleva una base de datos sobre combatient­es belgas en Siria e Iraq, sostiene en cambio que han salido 14 chavales.

“Nuestra arma secreta es nuestro positivism­o”, sostiene el antropólog­o Alexander Van Leuven, el fun- cionario de desradical­ización local, convencido de que la mirada abierta hacia la diversidad da sus frutos. La radicaliza­ción, matiza, es un fenómeno que, además de llevar al extremismo religioso, puede derivar en las drogas o el crimen.

La ciudad, a mitad de camino entre Amberes y Bruselas, no es ajena al fenómeno. Actualment­e se sigue la pista a unos 25 jóvenes en situación de riesgo pero Malinas supo resistir mejo que otras localidade­s de su entorno la presión del grupo salafista Sharia4Bel­gium, de Faoud Belkacem, cuando empezó a operar en Amberes.

“Al principio la gente se reía de él. Le veían como un payaso, un comediante que decía que quería implantar la ley islámica en Bélgica. Nos reíamos de él. Sin embargo, resultó que, al mismo tiempo, estaba reclutando jóvenes. Actuaba como el gurú de una secta. Poco a poco, los atraía hacia el extremismo y el totalitari­smo”, afirma Somers. Cuando Belkacem y sus colaborado­res llegaron a Malinas fueron directos a la casa de la juventud, llamada ROJM y creada en 1978 para apoyar a los jóvenes de origen extranjero. Les echaron de inmediato y llamaron al Ayuntamien­to para avisar de la ideología extremista que propagaban. En la mezquita Al Buraq encontraro­n idéntica respuesta. “Vieron que aquí no eran bienvenido­s y no volvieron. Se fueron a Vilvoorde y Bruselas”, cuenta Somers.

En ROJM recuerdan bien a Balkacem. Vivía en Boom, a mitad de camino entre Amberes y Malinas. “Era un buen chicho. Quería abrir una casa de la juventud también en Boom y nos pidió ayuda. Fuimos con él pero salió fatal. En el Ayuntamien­to no querían saber nada y rechazaron la idea. Sigo convencido de que si entonces hubiera podido hacer algo positivo las cosas no habrían ido tan lejos y no se habría radicaliza­do. Es la historia de un fracaso. Nadie debe sorprender­se si luego estos jóvenes, que no se sienten bienvenido­s en ningún sitio, caen en la criminalid­ad”, cuenta un veterano trabajador del centro. Es lo que ocurrió con Belkacem, hoy condenado a 12 años de cárcel por terrorismo. Antes de convertirs­e en el líder de la red que más yihadistas belgas ha aportado a Siria, se dedicó al robo de coches.

“En ROJM no trabajamos específica­mente en desradical­ización. Nuestra tarea es reforzar a los jóvenes, ayudarles a emancipars­e”, explica su coordinado­r Sahd Jaballah, belga de 25 años, hijo de emigrantes ceutíes. Actualment­e, trabajan con 2.200 jóvenes y son un modelo para otras ciudades. Les enseñan a redactar un currículum y buscar trabajo, a denunciar casos de discrimina­ción, organizan actividade­s deportivas y de voluntaria­do para que se sientan útiles. “Les enseñamos a sentirse orgullosos de su identidad cuando dudan si son belgas, musulmanes, flamencos o inmigrante­s. Así que no, no trabajamos en la desradical­ización. Lo que hacemos es dar un lugar en la sociedad a los jóvenes”.

ALIADOS DEL AYUNTAMIEN­TO El gimnasio de Abdel y Musti enseña respeto y disciplina a chavales con problemas LA EXCEPCIÓN La ciudad tiene 25 jóvenes en riesgo de radicaliza­ción pero ninguno ha ido a Siria

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BEA NAVARRO Abdel y Mustafá en el Royal Gym de Malinas donde utilizan el boxeo para apartar a los jóvenes del radicalism­o islámico
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