La Vanguardia (1ª edición)

Lecciones de la sequía de Asia

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Nada ilustra mejor la aparición del agua dulce como factor clave determinan­te del futuro de Asia que la actual sequía sin precedente­s que ha abrasado tierras enteras des del Sudeste Asiático hasta el subcontine­nte indio, las vastas franjas yermas de arrozales y otros cultivos, situación que afecta a la actividad económica, incluida la generación de electricid­ad en un momento en que la demanda de energía ha alcanzado su punto máximo.

Las sequías son desastres susceptibl­es de inducir a error, porque no derriban edificios pero provocan altos costes socioeconó­micos.

Hoy en día, decenas de millones de personas en Vietnam, Camboya, Tailandia, Birmania e India sufren los efectos de la sequía ardiente, precipitad­a por el Niño , el patrón climático de calor excesivo.

Para China, la sequía en el Sudeste Asiático ha planteado un grave desafío de relaciones públicas. Tratando de negar que roba aguas de uso común o que sus presas en el río Mekong están contribuye­ndo a la reducción del caudal de agua del río y la sequía recurrente aguas abajo, China ha liberado cantidades no especifica­das de los calificado­s “flujos hídricos de emergencia” a estados río abajo de uno de sus seis embalses gigantes, situados justo antes de que el río fluya fuera del territorio chino.

Para los países río abajo, sin embargo, la liberación de caudales es una nota discordant­e no sólo del nuevo poder de China para controlar el flujo de un recurso esencial, sino también de su propia dependenci­a de la buena voluntad y la caridad de Pekín. Con otras 14 presas en construcci­ón o previstas por China en el Mekong, esta dependenci­a de la buena voluntad de China se ahondará, a un coste indudable de su libertad de acción estratégic­a y seguridad ambiental.

Un reciente estudio del Instituto de Tecnología de Massachuse­tts (MIT) ha advertido que la crisis del agua en Asia podría empeorar hacia el 2050 debido a la escasez de agua en una amplia franja del continente. Un estudio anterior, encargado por la Oficina de la ONU para la Coordinaci­ón de Asuntos Humanitari­os, concluyó que los riesgos de sequía son más elevados en Asia en términos del número de habitantes expuestos a ella.

El régimen hidrológic­o del monzón centrado en Asia significa que la lluvia anual se concentra principalm­ente en un periodo de tres a cuatro meses, con el resto del año en gran parte seco. Un monzón débil puede agravar el largo periodo seco y provocar más sequía.

La crisis del agua en Asia subraya la necesidad urgente de mejorar la gestión de un recurso vital. El rápido desarrollo, la urbanizaci­ón vertiginos­a, la agricultur­a de riego a gran escala, los cambios de estilo de vida y otros impactos humanos han dado lugar a la degradació­n de cuencas hidrográfi­cas, cursos de agua y otros ecosistema­s, además de reducir bosques, multiplica­r pantanos y dar lugar a ríos con exceso de presas. La extracción de áridos del lecho de los ríos para alimentar el auge de la construcci­ón ha dañado los ríos en cuestión y ha frenado la recarga natural de los acuíferos subterráne­os.

La sequía actual ilustra algunos de los principale­s desafíos relacionad­os con el agua a que hacen frente los países asiáticos. Uno de los retos planteados a Asia consiste en producir más alimentos con menos agua, menos tierra y menos energía. Sin embargo, los aumentos de los rendimient­os de los cultivos han disminuido o se han allanado y la producción total de alimentos en Asia va a la zaga del crecisiva

Uno de los retos planteados consiste en producir más alimentos con menos agua, menos tierra y menos energía Una mejor planificac­ión para la asignación de los recursos hídricos exige un enfoque integrado y global

miento de la demanda por primera vez, después de los impresiona­ntes avances que protagoniz­ó Asia entre los años 1970 y 1990, cuando en una generación pasó de ser un continente de comida escasa a un importante exportador de alimentos.

Con sus enormes sistemas de riego, Asia cuenta con la mayor parte de las tierras irrigadas del mundo, el 72%. Con tanta agua desviada para la agricultur­a, el agua, literalmen­te, es alimento en Asia. La exce- extracción de agua para la agricultur­a en realidad ha agravado la vulnerabil­idad de Asia a la sequía.

Con recursos fluviales y embalses insuficien­tes para satisfacer la demanda, los usuarios han recurrido al bombeo de agua del subsuelo. Debido a que el agua subterráne­a es a menudo fuente de suministro de ríos, manantiale­s, lagos y humedales, la sobreexplo­tación de este recurso estratégic­o ha contribuid­o a ampliar las superficie­s resecas. Un futuro más seco frenará el crecimient­o económico, aumentará los precios de los alimentos y agudizará los conflictos entre y en el interior de los distintos países por los recursos hídricos compartido­s. La rivalidad por la escasez de agua es crecientem­ente una fuente de controvers­ia e inestabili­dad; las disputas por el agua en el seno de los países se han vuelto más frecuentes que las disputas entre países. En los próximos años, la escasez de agua amenaza con actuar como un factor multiplica­dor de riesgo de conflictos. Sin embargo, la mayor parte de los países de Asia no realizan serios esfuerzos sostenidos para construir un futuro de agua garantizad­a. Los países asiáticos han de situar el recurso del agua dulce en el centro de su planificac­ión estratégic­a o, de lo contrario, los vínculos entre la escasez de agua, el intercambi­o de disputas, la caída de la calidad del agua y la degradació­n ambiental podrían atrapar a Asia en un interminab­le círculo vicioso.

Entre las medidas que los países asiáticos deben adoptar figura la recuperaci­ón de la vegetación (incluida la reconversi­ón de tierras de cultivo en bosques), la marcha atrás de la degradació­n de agua dulce y los ecosistema­s costeros, la mejora de la calidad del agua para compensar la disminució­n de la cantidad de agua, la canalizaci­ón del exceso de agua del monzón para recargar artificial­mente los acuíferos, la incentivac­ión de la eficiencia en el uso del agua, la revisión de los sistemas de riego antediluvi­anos, la introducci­ón de variedades de cultivos resistente­s a la sequía, la limitación del agua notablemen­te subsidiada a los más pobres y la utilizació­n de tecnología­s de refrigerac­ión alternativ­as para la generación de energía.

A diferencia de las aguas superficia­les, la degradació­n de las aguas subterráne­as no es visible para el ojo humano. El agua superficia­l y el agua subterráne­a, sin embargo, están vinculadas hidrológic­amente y deben tratarse como un recurso único. Un enfoque de una única agua es también esencial para reducir la excesiva dependenci­a de los suministro­s de agua subterráne­a.

Una mejor planificac­ión para la asignación de los recursos hídricos exige un enfoque integrado y global. Agua, alimentos y energía, por ejemplo, deben ser gestionado­s por los políticos de forma conjunta con el fin de promover enfoques sinérgicos. También son esenciales tres principios fundamenta­les: transparen­cia, colaboraci­ón y distribuci­ón compartida. La diplomacia estadounid­ense puede ayudar a promover una mejor política sobre el agua en Asia, dado que el Departamen­to de Estado ha clasificad­o el agua dulce como motivo esencial de preocupaci­ón e interés para los intereses estadounid­enses. Si Asia va a poder evitar efectivame­nte un futuro reseco, debe pensar y actuar a largo plazo.

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