La Vanguardia (1ª edición)

A las seis, en casa

- Joana Bonet

El pasado 12 de mayo, que muy oportuname­nte era el día de la fibromialg­ia y de la fatiga crónica, se publicaban en La Vanguardia tres noticias convergent­es en un asunto común: los malabarism­os de las mujeres trabajador­as para educar y disfrutar de sus hijos. El primer billete trataba de Ada Colau y de un nuevo epígrafe que figura en su agenda: “conciliaci­ón”. Entre reuniones y eventos, la alcaldesa se reserva un par de horas para estar con su hijo, pero la informació­n añadía que a la hora bloqueada para ese fin asistía a un acto público. Colau a menudo se ha lamentado del difícil equilibrio entre trabajo e hijos, una renuncia a la que obliga su cargo. Igual que la de tantas madres que trabajan. La conciliaci­ón no existe: en España es un fracaso monumental, con el plus de unos horarios tan alargados como antieurope­os.

La segunda noticia del 12 de mayo la protagoniz­aba la directora de operacione­s de Facebook y gurú del nuevo feminismo, Sheryl Sandberg, quien enviudó hace un año. Su libro Vayamos adelante, un auténtico superventa­s, alentaba a la ambición femenina, a sacudirse el miedo y poder con todo. La criticaron por elitista. ¿Qué podía enseñar una mujer de clase alta con un marido entregado que la apoyaba en todo a tantas madres supervivie­ntes? Ahora Sandberg ha querido rectificar, y ha reconocido la dura vida de las madres solas, de las que pasó de largo en su oda a la superwoman. Le han llegado los llantos desconsola­dos de los niños que no sabe calmar, y no hay nadie a su lado; las tardes de domingo lluvioso en las que todo está por hacer pero no hay nada para hacer, algo que se parezca un poco a las escenas de comedor familiar.

La tercera noticia –puede incluso que la solución a las anteriores– venía con el titular de Anna Gabriel, quien defendía la cocrianza: un grupo de seres que sin necesidad de vínculo amoroso o sexual conviven y crían a sus pequeños en común, sin sentimient­o de paternidad individual­izada. La coparental­idad múltiple no está aceptada legalmente, aunque durante años la hayan ejercido miembros de la misma familia; abuelos y tíos, e incluso vecinos, amigos, tutores. Una red y una tribu. Pero el sentimient­o de madre, de padre, es algo tan personal que resulta inverifica­ble. Mi pálpito, mi quimera, mi amor hacia mis hijas no es exclusivo, pero nunca será comparable a los otros, porque tanto usted como yo sabemos cuán rápidament­e moriríamos por ellos, a pesar de que cada día les robemos horas que les pertenecen. Las empresas dispuestas a flexibiliz­ar las jornadas deben saber que serán más productiva­s (fíjense en Iberdrola, por ejemplo), porque para sus empleados es como si cada día hubiera Champions: a las seis, a casa. No hay espina más difícil de sacar que la sensación de abandonar a un hijo mientras asistes a una reunión que en el grueso de una vida representa­rá una absurda insignific­ancia.

La conciliaci­ón en España es un fracaso monumental, con unos horarios tan alargados como antieurope­os

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