Un libro rescata la memoria y el legado gitano de Lleida
Los gitanos forman parte esencial del alma de Lleida, como revelan sus costumbres musicales y palabras que son de uso común
No se sabe a ciencia cierta desde cuándo habitan los gitanos en Lleida, pero se cree que los primeros aparecieron por las comarcas de la Segarra y Urgell con motivo del comercio de mulas y caballos en la noche de los tiempos, mucho antes de la mecanización del campo. En la ciudad de Lleida, la comunidad gitana vivía en el barrio que surgió de las ruinas de la universidad medieval, en el Pla de l’Aigua, pero también en el viejo Canyeret . Gracias a sus relaciones con los payos, con abundantes matrimonios mixtos, consiguieron influir no sólo en el lenguaje popular, sino también ser una parte muy esencial del alma de la ciudad. Los gitanos regalaron a Lleida una melodía universal, el garrotín.
“Pero una cosa es la cultura, la música, las palabras como ‘jalar’ (comer), ‘apoquinar’ (pagar) o tocar la ‘pajandí’ (guitarra) y otra cosa son los problemas y conflictos que los gitanos debemos afrontar, en la medida de lo posible, de acuerdo con nuestra manera de ser”. Lo explica Antonio Salazar, destacado miembro de la comunidad caló leridana, tío y patriarca de 77 años, casado, padre de tres hijos, mediador social, activista cultural y enyesador de profesión.
Salazar publica sus memorias, una biografía que ha escrito el abogado Joan Argilés. Antonio Salazar. L’últim patriarca gitano del Pla de l’Aigua (Pagès Editors, 2016) es un libro que, partiendo de la vida de Salazar, plasma la evolución social, cultural y cívica del colectivo gitano desde el final de la Guerra Civil hasta la actualidad.
Salazar nació en este barrio y señala el viejo Mercat del Pla como escenario de uno de sus primeros recuerdos: “Tenía doce años y una noche descargaban pescado. Yo fui a pedir que me dieran algo para comer. Me propusieron que descargara cajas y con mi hermano Paco nos pusimos a hacerlo. Por cada caja, dos merluzas. Cuando llegamos a casa, mi madre repartió el pescado con otras familias. Pasábamos mucha hambre, nen”.
Pero su memoria no sólo abarca recuerdos infantiles, también problemas de mucha crudeza como el impacto de la droga en los jóvenes gitanos, la problemática de los mercadillos, los campamentos y asentamientos, el inicio del asociacionismo, el racismo y la discriminación o el absentismo escolar.
También le inquietan la recuperación de la memoria cultural –la música popular, sobre todo– y los escasos documentos conservados. En los años 80 se celebró en Lleida el Congreso Mundial Gitano. “Los problemas de la droga –cuenta– fueron muy duros y conocí a José María Mena, que llegaría a fiscal jefe de Catalunya, y al entonces conseller de Benestar Social, Antoni Comas, que me ayudaron mucho
“Empecé a trabajar con 12 años: me daban comida por descargar cajas en el mercado”, recuerda el patriarca
y hasta creamos un centro de desintoxicación”. Argilés, abogado de la Associació Cultural Gitana de Lleida, afirma “que Salazar es una persona muy conocida en esta capital, un mediador, un enamorado de la tierra y los suyos”.
Salazar asegura que “los gitanos siempre nos hemos ayudado entre nosotros. En Lleida nos hemos hermanado con los payos, pero tenemos una cultura que deberíamos preservar, conservar y aumentar”. En la postguerra, recuerda, le pusieron una multa de 25 pesetas “por cantar garrotín en catalán”. El libro recuerda a los personajes de una Lleida irrepetible que sabía divertirse a pesar de la censura política y eclesiástica. Por la obra desfilan músicos como el Mestre Tonet, el Parrano, Paquito Abolafio, un destacado guitarrista flamenco, Carlos Yuste Beethoven, el Marquès de Pota, el Polvorilla, o Los Chavós, un conjunto en el que cantaba su hermano Paco, que, como él, también es mediador de la comunidad.