El escolar atrapado
Recién convocadas las nuevas elecciones, Mariano Rajoy grababa su primer vídeo dirigido a la ciudadanía. Verlo en las televisiones, –se emitió prácticamente en todas– es llegar a la conclusión de que el presidente en funciones y las cámaras son incompatibles y uno se imagina a sus asesores de comunicación comiéndose las uñas ante el resultado dudando entre decirle la verdad y pedirle una toma más o resignándose a un silencio fatal. ¿Quién le dice a su jefe, chico, dedícate a otra cosa, esto no es lo tuyo? A Rajoy le pones una cámara delante y el hombre, que presume con justicia de experiencia de gobierno, cae en un estado cercano a la catatonia, la rigidez muscular se apodera de su rostro, los ojos pelean por bizquear y en la frente asoman micro gotitas de sudor que el maquillaje a duras penas disimula. Es la imagen congelada del escolar atrapado en un examen oral.
Las cámaras dan miedo y pueden llegar a paralizar. Lo saben todos los políticos y, por supuesto, los profesionales que a diario de enfrentan a ellas. Controlar esos efectos paralizantes, comportarse con naturalidad ante el implacable ojo de vidrio de sus lentes, soportar el calor deslumbrante de los inevitables focos y ofrecer una expresión suelta y locuaz, con dominio de la oratoria y sus entonaciones no es cosa fácil, pero se aprende, como aprendemos muchas otras cosas también difíciles. En sus años de presidencia, Rajoy, que sin embargo es un buen orador parlamentario, no lo ha aprendido.
Muchos como él tampoco lo conseguirán. François Hollande, entre otros, no lo aprenderá nunca. José Montilla, en su época de president, era otro que colocado ante una cámara entraba en parálisis. Rodríguez Zapatero era una máscara de palo y el fallecido Néstor Kirchner o su antecesor en el gobierno argentino,
Uno llega a la conclusión de que Mariano Rajoy es alérgico a las cámaras de televisión; le dejan paralizado
Fernando de la Rúa, fueron otros que vivieron peleados con las cámaras. Nada que ver con el desparpajo y el atrevimiento de un Jordi Pujol, capaz de pasarse horas perorando, de la afabilidad y dominio de un Artur Mas o de las habilidades comunicativas de un Pablo Iglesias, que parece entrar en erupción cuando advierte que una cámara y unos micrófonos lo están interpelando.
Al margen de su valor y solvencia como gobernantes, los políticos no pueden prescindir hoy del mensaje televisado. Los ciudadanos tampoco, ni siquiera ahora cuando las redes sociales han entrado en la vida política como un nuevo armamento con el que se ganan o se pierden batallas. La televisión, sigue siendo decisiva para captar votos y decidir resultados y ahí que cada palo aguante su cámara. EUROVERGÜENZA. Fiasco de la cantante española en Eurovisión y triunfo de Jamala, la representante de Ucrania, con una canción alusiva a Stalin y a las deportaciones tártaras de Crimea, que alimenta la sospecha de que ese festival, nacido en 1956 para “unificar un continente dividido por la guerra” (José María Íñigo dixit), además de un soponcio televisivo (TVE1) ha sido un instrumento para tocarle las narices a Putin, el mismo que ha birlado Crimea a los ucranianos.