La Vanguardia (1ª edición)

La utilidad de tu existencia

- Julià Guillamon

Yo conocí a Fonollosa y guardo de él un recuerdo inconcreto y otro vivísimo. Sirmio, que en aquella época era el sello en castellano de Jaume Vallcorba, había publicado Ciudad del hombre: New York con un prólogo magnífico de Pere Gimferrer que contaba una de aquellas historias gimferreri­anas que solamente le pueden pasar a Pere Gimferrer: se había fijado en los poemas de Fonollosa en unos premios Ciutat de Barcelona de 1960 o 1961, después reencontró su firma en una carta al director de Destino y finalmente pudo acceder al texto original. Habló con Vallcorba, que lo editó encantado.

Corría 1990, yo dirigía la revista Lletra de Canvi, leí el libro de Fonollosa y quise conocerle. Su base de operacione­s era el café Moka de la Rambla. Era a finales de primavera y llevaba una camisa abrochada hasta el último botón, de aquellas camisas parecidas a las guayaberas, que llevaban los señores mayores de antes (existe alguna fotografía de Vinyoli con una camisa del mismo estilo). Había pasado toda la vida al margen de los ambientes literarios, y el interés por el libro le sorprendía. Estaba agradecidí­simo a Pere Gimferrer. Hasta aquí el recuerdo inconcreto.

Los poemas de Ciudad del hombre: New York tratan de manera cruda de las relaciones entre hombres y mujeres. “Ignoras todavía por qué vives. / Cuál es la utilidad de tu existencia. / Un día lo sabrás. Cuando los hombres / pasen, uno tras otro, entre tus piernas”, le escribe a una niña que no debe de tener ni quince años.

En aquella época Quaderns Crema tenía de jefe de prensa a Ester Roca, hermana de la actriz Àgata Roca. Era una chica alta y delgada, con una peca debajo del ojo que le confería un gran atractivo y un cutis que parecía de mármol. “Es muy muy bonita, ¿verdad?”, me dijo Fonollosa, y se le iluminó la cara: “Con una chica así no podría hacer nada”. Entendí que detrás de la artillería pesada de los versos prostibula­rios y de aquella pinta que tenía de salir de una foto de Joan Colom, era un poeta romántico que buscaba en el amor imperfecto el consuelo de la pérdida de la belleza suprema y una sombra del ideal.

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