La Vanguardia (1ª edición)

Pinturas para Júlia

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Este mismo diario dio noticia detallada de la inauguraci­ón de una muestra pictórica excepciona­l por más de un motivo: Júlia, el deseo, que reúne una amplia selección de cuadros de Ramon Casas protagoniz­ados en su mayor parte por Júlia Peraire. El pintor Casas tenía ya treinta y nueve años cumplidos cuando conoció a Júlia, mientras que ella sólo contaba diecisiete, y la convirtió primero en su modelo, luego en su amante y compañera y, bastantes años después, por fin en su esposa, cuando Elisa Carbó, la madre de Casas, ya había sido enterrada con su rechazo a aquella pareja que vivió durante años en pecado en la calle Descartes de Barcelona.

Hasta hoy sabíamos de la leyenda de Júlia, joven vendedora de tabaco o lotería en lugares como la Maison Dorée y que evidenteme­nte fascinó al pintor, porque permanecie­ron juntos desde el flechazo inicial hasta la muerte de éste. Ahora, al preparar la exposición que puede verse en el Círculo del Liceu, Isabel Coll, la comisaria, nos ha permitido atisbar una visión distinta de la fascinante Júlia, hija de un librepensa­dor y cuya hermana se casó, por ejemplo, con Jaume Serra Hunter, que fue rector de la Universida­d de Barcelona. Así que aunque acabase enjoyada, entrada en carnes y con perrito, en su juventud fue una mujer libre que había sido educada para ser precisamen­te eso, libre.

En la exposición del Círculo, que también debe mucho al buen hacer de José García Reyes en la institució­n, los cuadros se pueden contemplar en parte de los salones privados de los socios, pero es que además la mayoría de las pinturas reunidas raramente han sido vistas en público, lo que acrecienta todavía más el interés de esta muestra, que me permito recomendar­les vivamente. Están, por ejemplo, dos cuadros pintados en el mismo año, en 1907, el muy conocido La sargantain (un falso galicismo probableme­nte derivado de sargantana, lagartija en catalán, quizá por el carácter de rabo de lagartija de Júlia o porque ese fuera su apodo de lotera ambulante; Isabel Coll da otra explicació­n y opina que tal vez sea un derivado de sargenta dado su natural dominante y su ascendient­e sobre Casas), con la mirada de Júlia y ese vestido amarillo y su mano aferrando el brazo del sillón, cuadro que casi se completa con la Júlia que ha prestado para la ocasión el Círculo Ecuestre, recostada y, de nuevo, con esa mirada.

Se hace casi inevitable pensar que en el primero, propiedad del Círculo del Liceu, esa mujer está a punto de hacer el amor mientras que en el del Ecuestre acaba de hacerlo. Pero mejor no hago elucubraci­ones calenturie­ntas… Un último apunte: si visitan el museo del monasterio de Montserrat, dediquen un rato a otro cuadro de Ramon Casas, Madeleine o Au moulin de la galette. Esta pintura es de 1892 y se supone que retrata a Madeleine de Boisguilla­ume, que fue modelo de Toulouse-Lautrec y la amante del escritor Edouard Dujardin. Fuma un habano ante una copa de licor y tiene también la mirada del deseo. Y su tristeza.

Aunque acabase enjoyada y con perrito, en su juventud Júlia Peraire fue una mujer libre y educada para serlo

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