Brillante desesperanza
La banda de Tom Yorke y Jonny Greenwood había logrado con su última entrega de hace un lustro, The king of limbs, producir una sensación de decepción cuando no de rechazo entre, como mínimo, una parte significativa de esa afición que considera a Radiohead uno de los referentes indiscutibles del rock del nuevo milenio. Era una obra que pecaba de autocomplaciente, lo que se añadía a unos preocupantes síntomas anteriores: para no pocos, la formación británica no había vuelto a repetir al excelso nivel de sus gloriosos Kid A y Amnesiac en sus posteriores álbumes de estudio.
Y su forma contundente de poner remedio a esta sensación/realidad es un A moon shaped pool que les resitúa allí arriba. Y eso que su lenguaje , su vocabulario no abusa aparentemente de elementos rockeros, como indica por ejemplo que la instrumentación sea un (complejo y efectivo, eso sí) híbrido de clásica y folk, o que la guitarra eléctrica de Greenwood apenas se oiga. Ello no es inconveniente, o realza incluso una colección de canciones que indudablemente son algunas de las melódicamente más conseguidas que el grupo ha alumbrado en estos tres últimos lustros; y no sólo eso, ya que, además de su sobresaliente elaboración, son piezas que se pueden considerar fácilmente accesibles en ese citado aspecto melódico, como el corte de cierre, un True love waits editada en el 2001 en formato sólo acústico en vivo. Las temáticas, por supuesto, no ahorran en su aspecto crítico y en sus sombrías paisajísticas. Ahí sí que no hay cambio.