La absurda dictadura de los pronósticos
Lo que pasó el sábado es producto de la cultura del esfuerzo y del darwinismo económico
Después de ganar la Liga en Granada, Luis Enrique acertó al subrayar que convenía valorarla más que nunca. Es un consejo oportuno. Llevamos años viviendo dentro de una burbuja que dramatiza las hipótesis de manera sensacionalista y tiende a despreciar las evidencias irrefutables que ofrece la realidad. La semana previa al sábado ha sido, en este sentido, una montaña rusa de interpretaciones y pronósticos que, en noventa minutos, fueron desmentidos por la obstinada irreverencia de la realidad. Lo más paradójico es que, en lugar de invitar a una reflexión autocrítica o a un constrictivo silencio, los mayoristas de interpretaciones y minoristas de diagnósticos nos empeñamos en transformar nuestros errores en noticia, como si nos doliera renunciar a un protagonismo que no nos corresponde.
Ya sea para comentar Eurovisión o el ascenso de Donald Trump, insistimos en convertir el fracaso o la negligencia de nuestras porras en sustancia informativa. Por razones abstrusas, parece que la noticia no es que haya ganado la representante de Ucrania sino que no haya ganado el de Rusia. Incluso el columnista que anunció que Trump fracasaría y que, con simpática humildad, se traga literalmente sus palabras, ocupa un espacio que no sé si le corresponde. En este contexto de permanente y confusa evolución hacia el entretenimiento, la alegría de los jugadores, los técnicos, los directivos y los aficionados del Barça –incluso el tipo de alegría que, de un modo legítimo, puede llegar a producir cierto sentimiento de vergüenza ajena– reafirma la jerarquía del fútbol y una manera reactiva y popular de vivirlo al margen de los intermediarios.
En cualquier ecosistema es relevante que la relación entre especies diferentes mantenga un equilibrio de supervivencia. En el mundo del fútbol, en cambio, y por razones difícilmente sostenibles propiciadas por los gestores de intereses políticos, mediáticos y económicos, parece que el ecosistema esté al límite del colapso y que las especies parasitarias estén amenazando antropofágicamente las especies vivas protagonistas. Salvando la pirotecnia metafórica, en todas las entrevistas pospartido de Granada preguntamos a los jugadores y a los directivos del Barça por los famosos maletines, que serían un material de ficción aceptable en una sala de espera, pero que nunca deberían interferir en el relato de un presente tan vibrante como la victoria de una Liga. Otra anomalía vagamente aberrante: interpretar el éxito del Barça a través de la derrota del Real Madrid. Es una especie de fagocitosis del espíritu de la noticia, una maniobra espuria que pretende imponer puntos de vista ajenos a la coherencia informativa del momento y, sobre todo, convertir en protagonista al secundario. Es como cuando un pobre escritor es entrevistado con motivo de la novela que acaba de publicar y, con el libro salido del horno, lo primero que le preguntamos es si está preparando algo nuevo (no porque nos interese sino porque nos sentimos patológicamente más cómodos en el territorio de la incertidumbre que ante evidencias tangibles). Son recursos que se manifiestan sin ninguna premeditación y que son la consecuencia de un gregarismo instintivo, pero que acaban desvirtuando la realidad. No hay que descartar que, en los últimos años, el fútbol y su entorno informativo hayan perdido musculatura deontológica a medida que aceptábamos las pulsiones adictivas de las casas de apuestas, que son unos patrocinadores importantes del negocio.
En un ámbito estrictamente futbolístico, lo que pasó el sábado es una consecuencia de la cultura del esfuerzo y del darwinismo económico. Ha ganado la Liga el equipo que mejor ha jugado, que ha sido más consistente y que ha tenido un presupuesto lo bastante potente para financiar una estructura de primer nivel. Y, precisamente porque durante cuatro jornadas dejó de ser el mejor y el más consistente, propició que rivales igualmente competitivos le disputaran el título. Conclusión: la noticia es que Ucrania, el Leicester y el Barça han ganado por méritos propios, no que alguien predijo –o apostó– que perderían.