La Vanguardia (1ª edición)

La absurda dictadura de los pronóstico­s

Lo que pasó el sábado es producto de la cultura del esfuerzo y del darwinismo económico

- Sergi Pàmies

Después de ganar la Liga en Granada, Luis Enrique acertó al subrayar que convenía valorarla más que nunca. Es un consejo oportuno. Llevamos años viviendo dentro de una burbuja que dramatiza las hipótesis de manera sensaciona­lista y tiende a despreciar las evidencias irrefutabl­es que ofrece la realidad. La semana previa al sábado ha sido, en este sentido, una montaña rusa de interpreta­ciones y pronóstico­s que, en noventa minutos, fueron desmentido­s por la obstinada irreverenc­ia de la realidad. Lo más paradójico es que, en lugar de invitar a una reflexión autocrític­a o a un constricti­vo silencio, los mayoristas de interpreta­ciones y minoristas de diagnóstic­os nos empeñamos en transforma­r nuestros errores en noticia, como si nos doliera renunciar a un protagonis­mo que no nos correspond­e.

Ya sea para comentar Eurovisión o el ascenso de Donald Trump, insistimos en convertir el fracaso o la negligenci­a de nuestras porras en sustancia informativ­a. Por razones abstrusas, parece que la noticia no es que haya ganado la representa­nte de Ucrania sino que no haya ganado el de Rusia. Incluso el columnista que anunció que Trump fracasaría y que, con simpática humildad, se traga literalmen­te sus palabras, ocupa un espacio que no sé si le correspond­e. En este contexto de permanente y confusa evolución hacia el entretenim­iento, la alegría de los jugadores, los técnicos, los directivos y los aficionado­s del Barça –incluso el tipo de alegría que, de un modo legítimo, puede llegar a producir cierto sentimient­o de vergüenza ajena– reafirma la jerarquía del fútbol y una manera reactiva y popular de vivirlo al margen de los intermedia­rios.

En cualquier ecosistema es relevante que la relación entre especies diferentes mantenga un equilibrio de superviven­cia. En el mundo del fútbol, en cambio, y por razones difícilmen­te sostenible­s propiciada­s por los gestores de intereses políticos, mediáticos y económicos, parece que el ecosistema esté al límite del colapso y que las especies parasitari­as estén amenazando antropofág­icamente las especies vivas protagonis­tas. Salvando la pirotecnia metafórica, en todas las entrevista­s pospartido de Granada preguntamo­s a los jugadores y a los directivos del Barça por los famosos maletines, que serían un material de ficción aceptable en una sala de espera, pero que nunca deberían interferir en el relato de un presente tan vibrante como la victoria de una Liga. Otra anomalía vagamente aberrante: interpreta­r el éxito del Barça a través de la derrota del Real Madrid. Es una especie de fagocitosi­s del espíritu de la noticia, una maniobra espuria que pretende imponer puntos de vista ajenos a la coherencia informativ­a del momento y, sobre todo, convertir en protagonis­ta al secundario. Es como cuando un pobre escritor es entrevista­do con motivo de la novela que acaba de publicar y, con el libro salido del horno, lo primero que le preguntamo­s es si está preparando algo nuevo (no porque nos interese sino porque nos sentimos patológica­mente más cómodos en el territorio de la incertidum­bre que ante evidencias tangibles). Son recursos que se manifiesta­n sin ninguna premeditac­ión y que son la consecuenc­ia de un gregarismo instintivo, pero que acaban desvirtuan­do la realidad. No hay que descartar que, en los últimos años, el fútbol y su entorno informativ­o hayan perdido musculatur­a deontológi­ca a medida que aceptábamo­s las pulsiones adictivas de las casas de apuestas, que son unos patrocinad­ores importante­s del negocio.

En un ámbito estrictame­nte futbolísti­co, lo que pasó el sábado es una consecuenc­ia de la cultura del esfuerzo y del darwinismo económico. Ha ganado la Liga el equipo que mejor ha jugado, que ha sido más consistent­e y que ha tenido un presupuest­o lo bastante potente para financiar una estructura de primer nivel. Y, precisamen­te porque durante cuatro jornadas dejó de ser el mejor y el más consistent­e, propició que rivales igualmente competitiv­os le disputaran el título. Conclusión: la noticia es que Ucrania, el Leicester y el Barça han ganado por méritos propios, no que alguien predijo –o apostó– que perderían.

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ELISA BERNAL Luis Enrique saluda a los aficionado­s, ayer durante la rúa de celebració­n
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