Araki, cuerda y cuerpo
El museo de arte asiático Guimet de París dedica una ambiciosa retrospectiva de más de cuatrocientas piezas al fecundo fotógrafo japonés Nobuyoshi Araki
Araki expone su vida, porque “la fotografía es mi manera de existir”. No es una frase, los filmes que puntúan la completa retrospectiva del museo nacional de arte asiático, Guimet, de París, con más de cuatrocientas fotografías, pero también ese vitral de 1.015 piezas realizado por el propio artista como una obra única, muestran su ejercicio cotidiano : marchar a paso vivo y cámara en mano por una calle japonesa (no habla otro idioma que el japonés y sólo retrata ese paisaje), disparar sorpresivamente y luego trabajar en su taller.
Aunque desde las flores a los cielos, la totalidad de las obsesiones de Nobuyoshi Araki (Tokio, 1940) son detalladas en las distintas salas, la mutua fascinación de japoneses y franceses sobre su diferente visión del erotismo y el desnudo, concentrará el foco de atención en el trabajo de Araki sobre las reglas ancestrales del kinbaku. Esa ciencia de los nudos, bondage para los ingleses, que comprende la visión guerrera de los samurais y la religiosa del sintoísmo e incluye la que desde el siglo XIX desnuda y ata y contorsiona mujeres, convirtió a Yoko, su esposa, en modelo, desde el viaje de bodas en 1971 hasta su muerte, de cáncer, en 1990.
Según Araki, “la fotografía tiene grandes afinidades con el kinbaku. El fotógrafo amarra sus modelos a una imagen, los encierra en su cámara, anuda los hechos. Es por eso por lo que yo mismo ato a mi modelo. Y soy yo quien tras la sesión fotográfica la desata”. Este fotógrafo instintivo, que también se define como cazador de imágenes, fue comparado con un director de teatro. Normal. Porque Araki es un enigma.
“Dudo que haya otro fotógrafo a quien debamos tantos libros”, explica por ejemplo el escritor Philipp Forest, en el catálogo editado por Gallimard. “Sus obras completas, si alguien fuera capaz de reunirlas, harían palidecer al novelista más productivo, al filósofo más fértil, al poeta más prolífico. Hace diez años alguien le contabilizó más de trescientos títulos. Pero su producción se ha decuplicado desde entonces, reflejo fiel de su actividad frenética”. ¿Escritor? Araki se reconoce en el término. Y, más aún, dice que redacta sus textos “delante de la televisión, para burlarme de mi tendencia a creer en la Literatura con mayúscula. En cualquier caso, yo, que tengo tanto talento literario, hago lo posible para no exhibir un estilo demasiado literario. Es fatigante”. Pero se trata justamente de un ejercicio de estilo. Así, la sala de sus fotografías pintadas ilustra otra convicción de Araki, quien asegura que si bien a menudo intenta obtener una fotografía perfecta, “rápidamente añado una imperfección, trazos caligráficos, manchas. Únicamente para evitar la foto perfecta. Porque como todo el mundo sabe, no hay nada peor que la perfección”.
Tal vez exista una cosa peor, la foto digital. “En nuestra época digital, Araki sólo cree en la película y acumuló en su taller la cantidad suficiente para el resto de su vida. Yo lo conocí –ha explicado el arquitecto Tadao Ando– por su libro Yoko,
mi amor (1978) y esa confrontación entre el alma del cuerpo fotografiado y la del fotógrafo. Aquello me produjo el mismo impacto que mi primera visión del Panteón parisino”. Jérôme Neutres y Jérôme Ghesquière, comisarios de la exposición, revisaron millares de fotos, ayudados por Araki, desde las series más antiguas (Teatro del amor, 1965), hasta la obra última,
incluido Tokyo Tombeau, realizado para el museo Guimet en 2015.
La visita empieza por un mural inmenso con portadas de la mayor parte de sus libros, introducción a sus grandes temáticas: las flores –metáfora del sexo femenino, según Sophie Makariou, presidenta de Guimet–, la foto como relato autobiográfico, su relación con Yoko, el erotismo, el deseo, pero también la evocación de la muerte, la dimensión de su obra que más interesa en Japón. Y a mitad del recorrido, el taller de Araki, con la desmesura de su producción, contrapunto con estampas, fotos y libros antiguos de la importante colección Guimet.
Aunque la muestra recoge todas las obsesiones del fotógrafo, su visión del desnudo y el erotismo concentra la atención