El cuarteto
Aparto por un día mi visión crítica sobre el exceso tecnológico y le propongo, amable lector, que usemos juntos una de sus posibilidades más fabulosas. Con el dispositivo que tenga a mano, conéctese conmigo al Cuarteto de cuerda n.º 19 de Mozart K.465 (en Spotify lo encuentro en “Mozart: String Quartets dedicated to Joseph Haydn”). Creía haber escuchado y amado ya toda la música de este genio, pero sin duda nunca presté a sus cuartetos la debida atención. Un colega me lo ha hecho ver. Si ha tenido usted la amabilidad de conectarse conmigo a la pieza, habrá quizás ya atravesado esa insólita introducción que asoma unas disonancias muy osadas, que debieron de poner los pelos de punta allá por 1782. Ese latido grave y misterioso, respiración profunda del violonchelo, donde se envuelve a los cinco pulsos el aliento de la viola, y enseguida un violín y luego el otro, elevándonos en una especie de cielo marino, en ese agudo que corta el aire y nos deja en el abismo, como con un pie en el precipicio, hasta que un suave oleaje viene a rescatarnos con una cierta calma melodiosa, donde tampoco conviene confiarse porque se nota que las corrientes marinas pueden volver a encabritarse en cualquier momento. Ha sucedido todo en menos de dos minutos; no está de más volver a escuchar este pequeño diamante antes de abandonarse a la totalidad de las aguas deliciosas de este río, por otra parte incontenible.
No había reparado, decía, en los cuartetos de Mozart. Pero conocía la turbadora belleza de los cuartetos de Schumann, los de Brahms, Bartok y, por supuesto, los de Beethoven, cima de la revolución armoniosa, de una modernidad sobrecogedora. ¿Qué pasa con los cuartetos?, me pregunto. ¿Qué tiene esa mistura de cuatro voces para que compositores de distintas épocas expriman en ella el limón de su talento al máximo, rompiendo sus cánones, saltándose a lo loco sus propios siglos? ¿Por qué precisamente el cuarteto y no el trío o el sexteto? ¿No era el cuatro un número aburrido, de una sosa regularidad, demasiado par como para contener tanto misterio? Si hasta sexualmente hablando, y disculpe esta salida de tono, con lo famoso que es el trío, del cuarteto ni se habla que yo sepa, ¿por qué en la música son tan provocativos? Lanzo watsaps a lo loco a varios músicos que me hablan de la influencia del padre Haydn y otros retos técnicos apasionantes.
Pero es Carmelo di Gennaro, musicólogo y sabio, quien traspasa la línea de lo musical. No es casualidad que Adorno dijera lo que dijo, dice. Que el cuarteto representa el apogeo de la civilización occidental: cuatro señores que dialogan sin pelearse. Con estas palabras sin digerir, amable lector, tropiezo con un artículo que analiza el pulso electoral en ciernes, titulado “El cuatripartidismo sigue ahí”. Sobran las palabras.
El cuarteto representa el apogeo de la civilización occidental: cuatro señores dialogan sin pelearse