El Primavera Sound vive una noche mágica con Radiohead
La banda liderada por Thom Yorke ofreció un concierto excepcional en la presentación de su nuevo álbum
Una tremenda expectación rodeó anoche la actuación de Radiohead, el mayor atractivo a priori de la presente edición del festival Primavera Sound. Hacía casi un decenio que el carismático quinteto no aparecía por la ciudad, y desde entonces se ha convertido en un fenómeno que va mucho más allá del inconfundible rock que practican.
Mucho antes de la hora de arranque, la ingente esplanada frente al escenario estaba atestada de decenas de miles de impacientes aficionados. Thom Yorke y compañía aterrizaban en Barcelona en el marco de la gira mundial de presentación de su novísimo álbum, A Moon Shaped Pool. La comunión entre grupo y público fue indudable, pero quizás lo más sobresaliente fue ver como Radiohead se ha recreado, comenzando por el propio Yorke, que anoche en el escenario se mostró expansivo, nada huidizo.
El concierto se extendió a lo largo de dos ahoras y más allá de las veinte canciones, y lo llamativo es que los cinco primeros temas de la velada fueran cinco cortes de su flamante obra: Burn the witch, Daydreming, Decks dark, Desert island disk y Ful stop. Temas complejos, alguno de tempo pausado, alguno más abrupto, pero lo cierto es que todos funcionaron. La banda, la guitarra y el bajo especialmente construían extraordinarias arquitecturas. A partir de esa descarga inicial superada con éxito –magnífica escenografía, sobre todo lumínica, primeros planos acelerados y fragmentados de primeros planos de los músicos–, hubo para todos los gustos, con arreglos novedosos en algunos. Fueron desfilando, ante la rendición general, National anthem, No surprises o Karma police, pero hubiera sido indiferente porque anoche se estaba oyendo el rock de ahora mismo, es decir, Radiohead.
Ben Watt y Bernard Butler encuentran una complicidad perfecta para sus virtudes La propuesta sonora de Beirut, sincrética y muy atractiva, motivó la fraternidad colectiva
Ellos fueron la gran atracción de una jornada que tras su actuación aún tenía pesos pesados en la recámara: Tortoise, Last Shadow Puppets, Animal Collective, Holly Herdon o los gaseosos Beach House. Aún así, la porción de horario civilizado permitió de todo, como empezar con una doble dosis de pop y rock catalán de contrastado nivel aunque –ayer– de más bien flaca audiencia. Comenzaron los Inspira del siempre recomendable Jordi Lanuza en un escenario tan hermoso pero desolador si no viene público como es el Ray-Ban; casi a continuación irrumpieron los gerundenses Aliment, que dejaron buen sabor de boca ante un auditorio más poblado. Hubo tiempo, aunque se solapaban a nivel horario, para comprobar in situ que la propuesta de White Fence no deja insensible a nadie. La psicodelia a golpe de distorsión, acordes repetitivos o rítmica alucinada que firma el californiano Tim Presley es eficaz sin caer en la huera pirotecnia.
Quien sí cumplió las expectativas con creces fue el aparentemente modesto Ben Watt, un músico y creador artístico nunca suficientemente valorado en estas latitudes. Venía el londinense a saldar la deu- da pendiente del año pasado, cuando tuvo que cancelar su concierto anunciado por un accidente físico. Seguramente, la demora de un año ha sido beneficiosa para todos. Fue una lección musical muy Ben Watt y muy fiel a lo que había anunciado: repaso a sus dos últimos discos, obras de canciones realizadas tras un decenio inmerso en la música electrónica, con algunos vistazos a su gloriosa época en Everything but the Girl e incluso antes. Además de su incuestionable arte para elaborar hermosas melodías, de dotarlas de unos arreglos tan sucintos como eficaces, Watt tenía a
su lado a Bernard Butler, colega de época y oficio, sobresaliente guitarrista nacido en los primeros Suede. Ayer, su desbordante dominio del instrumento supo canalizarlo con mesura e imparable virtuosismo, sin caer nunca en el exhibicionismo. En unos tácitos turnos, Watt compensaba aquellas intensas pinceladas guitarreras con posicionamiento acústico, con esa voz con la que sabe convencer al más reacio.
Lo de Beirut es bastante impresionante. Una banda de estilística fusión, hilvanada en tor- no y gracias a Zach Condon que funciona como peculiar imán atrayendo infinidad de influencias estilísticas. Ante una multitudinaria afición multinacional, el sexteto –con tres vientos que son el nudo gordiano del asunto– ofreció un repertorio muy agradecido para multitud de gustos sobre unas melodías rápidamente tarareables pero con la base temática del folklore balcánico como posible eje: desde el inicial Scenic world hasta Gulag pasando por The akara o Perth, todo fue bienvenido en esta fiesta de raíz.