La Vanguardia (1ª edición)

Incansable McCartney

El concierto de Paul McCartney fue una demostraci­ón del poder hechizante de algo tan tonto y definitivo como la música pop

- Carlos Zanón Madrid

Con 73, el exbeatle Paul McCartney demostró en Madrid su buen estado de forma con un recital de casi tres horas ante el público incondicio­nal que llenó el Calderón.

Verle aparecer con su bajo Hofner es comparable a ver al Capitán América con su escudo o a Beyoncé sin su marido. Una mezcla de incredulid­ad y alegría. Si uno, en su infancia, creció entre el culto cristiano y el beatlerian­o, se agradece que, al menos a este le puedas ver, oír y –si tienes dinero para pagar un pase VIP, darle la mano– tocar. Macca apareció un poco más tarde de la hora prevista en el Vicente Calderón y a lo largo de casi tres horas se marcó una actuación soberbia. Un impecable espectácul­o con un sonido estupendo, una selección de temas menos previsible de lo que uno podía esperar y una estructura de show sin altibajos. Anteanoche actuó un señor de 73 años gestionand­o su amor a la música muy por encima de la supuesta deuda con su público y la nostalgia. Alguien definió lo que hubo entre Paul y sus tres colegas y el mundo entero como el Romance del siglo XX y creo que es muy atinado. Chavales pobres, de provincias, dos de ellos huérfanos de madre que demostraro­n que, a veces, sí, la historia la escriben los que no nacieron para escribirla.

Macca empezó con un primer set que dejaba bien a las claras que el karaoke no iba ser tan facilón: A hard day’s night, Save us, Can’t buy me love y Letting go. Alternó temas de los Fab Four, con cortes con Wings (Band on the run, Let me roll it, Hi hi hi…) y de su carrera en solitario. Dedicó canciones a su actual amorcito (My Valentine), a Linda (Maybe I’m amazed) y recuerdos a John (Here today, Give me peace on chance), a George (Something) y se marcó la primera grabación con los The Quarrimen (In spite of all danger). Tocó el bajo, la acústica y la eléctrica, piano, oukele y cantó un cancionero sin bajones y efectivo, tocados por una banda crujiente como una tableta de chocolate de arroz que ya lleva muchos años con él. Su voz ya no es la que era y los temas están arreglados para

Es un señor de 73 años gestionand­o su amor por la música, antes que su deuda con su público y la nostalgia

eso pero se atreve con Here, there and everywhere o Fool on the hill. Y hasta nos regala temas extraños de repertorio como You won’t see me, Temporary secretary o su reciente colaboraci­ón con Rihanna y Kanye West: Four five seconds. Empezó el concierto Paul frío pero amable, simpáticam­ente profesiona­l pero el propio show y la alegría que le supone tocar aquellas canciones le hizo venirse arriba.

El público –mucha gente joven junto con maduros, muy maduros y extremadam­ente maduros, y también niños ¡que se sabían sus canciones!– disfrutó de lo que estaba viendo: las canciones, el sonido y el espectácul­o –la interpreta­ción pirotécnic­a de Live and let die es brutal–. Cayeron Let it be y un Hey Jude en el que canturreas como un cenutrio feliz el “na, nana, nananana” definitivo de la lírica popular. También Birthday, para rematarse el show muy alto (¡dios, ¿estoy escuchando en directo Golden slumbers/Carry that weight?).

En definitiva, una gran noche. Un gran Paul McCartney. Una gran demostraci­ón del poder hechizante de algo tan tonto y definitivo como la música pop.

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J.P.GANDUL / EFE Paul McCartney, durante su concierto en el Vicente Calderón
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