La Vanguardia (1ª edición)

¿Educar o domesticar?

- José R. Ubieto J. R. UBIETO, psicoanali­sta

La historia de Yamato Tanooka, el niño que fue castigado por sus padres abandonánd­olo en un bosque, nos conmociona por la desproporc­ión evidente entre las chiquillad­as del pequeño y la sanción paterna. Teniendo en cuenta, sobre todo, la edad del niño, de apenas siete años. En nuestro país sería calificado de negligenci­a grave y causa evidente de desamparo legal del menor.

Pero aquí el factor cultural es clave para entender el suceso, que nos recuerda la polémica suscitada en el 2011 por las propuestas de Amy Chua. Hija de inmigrante­s chinos nacida en EE.UU. y profesora de Derecho en la Universida­d de Yale, en su best-seller Himno de la batalla de la madre tigre pide a sus hijos que se autorregul­en. Madre de dos hijas, las sometía a una presión fuera de lo normal y cuando fallaban “no escatimaba en palabras cargadas de dureza, que intensific­aba cada vez que los ojos de la niña se llenaban de lágrimas”. Chua opone a la idea occidental de educar la autoestima, el valor del esfuerzo para alcanzar el virtuosism­o como clave del estilo educativo asiático.

Su idea, muy presente en ciertos estilos educativos asiáticos y también occidental­es, es que los chicos y chicas podrían autorregul­arse, sin el acompañami­ento del adulto. Para ello necesitan un yo fuerte con determinac­ión, capaz de gestionar sus emociones. Idea que explica el éxito fulgurante de iniciativa­s como el Aprendizaj­e Socio Emocional (SEL), que tratan de hacer del niño un buen alumno, un buen ciudadano y un buen trabajador. La Fundación NOVO, dirigida por el hijo del multimillo­nario Warren Buffett, es una de las que más invierten filantrópi­camente en el SEL como filosofía de vida basada en la obediencia.

La paradoja de estas propuestas es que, bajo la apariencia de una autogestió­n emocional, esconden un evidente sadismo y una pasión por domesticar, más que por educar. La propia Amy Chua reconoce su exceso, que pudo llevarle a perder a una de sus hijas, que llegó a cortarse ella misma el pelo ante la negativa de su madre de llevarla a una peluquería, ya que lo que debía hacer era practicar y practicar con el violín. La obediencia conseguida con estas prácticas crueles genera más resentimie­nto que creencia y los niños aprenden a simular un comportami­ento correcto para que el castigo no les alcance.

Roland Barthes, en su ensayo El imperio de los Signos, nos transmitió

La obediencia conseguida con prácticas crueles genera más resentimie­nto que creencia

una idea de Japón como un mundo hecho únicamente de semblantes. La tradiciona­l cortesía japonesa primaría así las apariencia­s como una rutina necesaria en las relaciones sociales y en la pedagogía, que debería hacer de la disciplina un pilar básico de la construcci­ón de la persona.

Lo que no tuvo en cuenta es que esa cortesía y esa disciplina velaban, como en otras culturas y en otras prácticas también occidental­es, una crueldad que degradaba al niño-sujeto a un objeto a domesticar, sometido a un ideal de éxito y virtuosism­o. La suerte de los prisionero­s chinos en las sucesivas guerras con Japón es una buena muestra de ello.

El dilema educativo autoritari­smo-permisivid­ad es un falso dilema, ya que en ambos casos se trata de una voluntad cruel por la vía de la coacción o del abandono. Mejor entonces la idea de Serenidad (Gelassenhe­it) formulada por Heidegger, que propone una fórmula que incluye el sí y el no al mismo tiempo. Es decir, acompañar y exigir como una manera de educar que nos incluye, sin abandonarl­os, sin dejarlos solos con sus emociones o con sus objetos de consumo.

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