El chico de la tele
Iñaki Ellakuría La estatua de bronce de Manolo Escobar, en el paseo de la Salut de Badalona, recibió ayer por la tarde a Pablo Casado, invitado de lujo de un Albiol que no logra sacarse de encima la morriña de sus días de alcalde y busca cualquier oportunidad para recibir otra vez aplausos y vítores de sus vecinos más fieles. “¡Vuelve, Xavi!”. Abogado y economista, educado en universidades extranjeras de élite (Georgetown, Harvard), Casado creció políticamente a la sombra de Aznar, de quien fue su jefe de gabinete en la FAES, y de Aguirre, todo un certificado de pata negra. Pese a esos padrinos tan poco estimados ahora en Génova 13, Rajoy lo repescó para rejuvenecer la imagen del partido y, sobre todo, defender al PP en los platós de televisión del caso Bárcenas y otras (presuntas) corrupciones. Esa condena a recibir en la plaza catódica golpes y puyas por pecados ajenos disparó su popularidad –“¿tú eres el chico de la tele, verdad?”, le preguntó ayer una pareja nada más pisar Badalona–, y el cariño de muchos militantes del PP que confían en el palentino como el encargado de renovar el partido cuando el marianismo eche, algún día, el telón. De perenne sonrisa y modales exquisitos, Casado intentó en el antiguo matadero noucentista de Badalona, ante unas 200 personas, revertir el desanimo de los populares en Catalunya, donde desde el 2012 pierden votos a puñados elección tras elección. Su inicio no fue muy prometedor por manido, ya que proclamó su amor a Catalunya –“yo quiero mucho esta tierra”– como hicieron antes tantos dirigentes del PP que cruzaron el Ebro en busca de votos. Si bien evitó lo del catalán en la intimidad y supo escapar a tiempo del cliché para ponerse a la concurrencia en el bolsillo con su verbo fluido y una didáctica explicación de ese plan económico del PP, ¡bajada de impuestos para todos!, que no convence a Bruselas pero que Rajoy espera que llene las urnas. Casado gustó – “habla muy bien y es más guapo al natural”, comentaban varias mujeres tras arrancarle una selfie– pero con matices: “Ahora debe gobernar Rajoy y luego ya veremos que pasa con este”, fue la sentencia de un improvisado sanedrín de veteranos.