La Vanguardia (1ª edición)

El adversario real

- Fernando Ónega

Esta semana política comenzó en Barcelona con una manifestac­ión que sólo tiene un precedente: la que había convocado José Montilla contra un Tribunal Constituci­onal (TC) que había anulado –“cepillado”— el Estatut después de que el pueblo catalán lo aprobara en referéndum. Para muchos observador­es del último acelerón independen­tista, todo empezó con aquella sentencia. Este domingo 29 de mayo los motivos para convocar la manifestac­ión eran distintos: se protestaba contra la suspensión de leyes ordinarias aprobadas por el Parlament; pero el destinatar­io de las quejas era el mismo Tribunal Constituci­onal y con una circunstan­cia relevante: unas sesenta asociacion­es cívicas y partidos se unieron para proclamar que “Los derechos no se suspenden”.

Este cronista siguió la importante concentrac­ión a través de los medios informativ­os y llegó a dos conclusion­es. Una, que los movimiento­s sociales catalanes disfrutan de mucha más vitalidad que las institucio­nes del Estado. Y dos, que un Tribunal tan relevante para el Estado de Derecho como el que interpreta la Constituci­ón no tiene quien lo defienda. Ni una sola voz, ni del Gobierno central, ni del autonómico, ni del sistema parlamenta­rio se escuchó para aclarar que no es el TC quien suspende derechos, si es que alguno se ha suspendido. Y por esa falta de defensa o de simple divulgació­n legal, el Tribunal sufre la peor de las erosiones: es presentado como un enemigo de Catalunya, el instrument­o opresor de sus derechos, de sus libertades, de su capacidad normativa y quien frena o anula el desarrollo de su autogobier­no.

Yo quiero decir que, al menos en esta ocasión, el Tribunal Constituci­onal no es el malo. Ciertament­e no será nunca el impulsor de la desconexió­n ni el motor del proceso, pero es injusto echarle las culpas de todo lo que no avanza. El TC no tiene capacidad de iniciativa, puesto que siempre actúa a demanda de parte. En los conflictos entre el Estado y las Comunidade­s Autónomas no impugna nada, sino que se limita (artículo 161.2 de la Constituci­ón) a admitir las impugnacio­nes que se le presentan. Y añade la ley: “La impugnació­n producirá la suspensión de la disposició­n o resolución recurrida”. Si se diera el improbable caso de que el presidente del TC fuese un militante de la CUP, el Tribunal estaría obligado a hacer lo mismo. Por eso, si hay que culpar a alguien de circular con el freno de mano, búsquese en el gobierno central.

Lo demuestran los resultados. En la última legislatur­a hubo más sentencias total o parcialmen­te favorables a Catalunya que al Estado. De las 103 sentencias producidas, más de la mitad, 57, respaldaro­n las posiciones de Catalunya. Y esto es más claro todavía si se distinguen los recursos promovidos por institucio­nes catalanas: han sido 82, con 53 fallos (el 64 por 100) total o parcialmen­te favorables a la comunidad autónoma. El Constituci­onal no es el enemigo del autogobier­no de Catalunya. Solamente pretendo que conste en acta. Catalunya tiene todo el derecho a protestar. Pero, por la coherencia institucio­nal y la claridad de competenci­as, conviene saber contra quién.

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DANI DUCH Sede del TC en Madrid
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