La Vanguardia (1ª edición)

El abuelo que fue a buscar a su nieto a la escuela

- Quim Monzó

El cuento empieza con una pareja de abuelos que cogen el coche y van a buscar a su nieto a la salida de la escuela. Aparcan cerca, el abuelo baja y la abuela se queda dentro, esperando. A medida que el hombre se acerca al edificio, ve como muchos estudiante­s ya se van hacia casa. También ve a un niño que espera. Piensa: “Mira, mi nieto”. Se acerca, se funden en un abrazo y el abuelo le dice que hoy ha venido a buscarlo antes. –¿Qué? ¿Estás a punto? –Sí –le dice el niño. Una maestra que ve como los dos hablan pregunta al pequeño: –¿Es tu abuelo? –Sí –contesta el chico. Ambos van hacia el mostrador de entrada para verificar que el hombre está en la lista de personas a las que se les permite llevarse a los niños a casa. El del mostrador comprueba que efectivame­nte está en ella y marca que ya ha recogido el suyo. Niño y abuelo salen del edificio, suben al coche y la abuela, en un ritual repetido infinidad de veces,

Se funden en un abrazo y el abuelo le dice que hoy ha venido a buscarlo antes

sin girarse –ya tiene una edad que no le permite mover mucho el cuello– le pasa la merienda por encima del hombro izquierdo. –Ten. –Gracias –dice el niño, que siempre ha sido muy educado.

Y entonces sucede que, cuando llegan a casa, la abuela se da cuenta de que ese niño no es su nieto. Tiene un ligerísimo parecido y llevan el pelo cortado de forma similar, sí, pero es más alto (o más bajo) y más gordo (o más delgado, a decidir). Además, a su nieto de verdad no le falta un diente como a este niño.

A partir de aquí el cuento podría evoluciona­r de muy diversas maneras. Los abuelos podrían decidir que, aunque el trayecto ha sido corto y no han podido intimar mucho con él, lo prefieren al otro, que es insoportab­le. Podrían decidir no decir nada, a ver si los padres de su nieto de verdad se dan cuenta del error o si, de tan poco como lo ven –el crío siempre está con los abuelos–, ni se fijan. Podrían pasar todas esas cosas y muchas más –el niño podría crecer con ellos y vivir una vida más feliz que la que viviría con su familia auténtica, por ejemplo–, pero como la triste realidad es que no es un cuento, sino una noticia –el hecho sucedió hace unos días en Cordova, en Carolina del Sur–, todas estas posibilida­des se van al garete. De forma que los abuelos vuelven inmediatam­ente a la escuela y explican que se han dado cuenta del error por lo del diente. Los encargados del mostrador de entrada informan a la auténtica madre del niño –que estaba preocupadí­sima– de que ya han encontrado a su hijo. La mujer se siente aliviada y, cuando ve al abuelo que se equivocó, explica que se parece mucho al auténtico abuelo del niño y que es comprensib­le que el niño también lo confundier­a. Y santas pascuas. Una vez más queda claro que la realidad no supera nunca a la ficción.

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