La Vanguardia (1ª edición)

Chistes, bromas y primarias

- Josep Cuní

Albert Rivera fue honesto. Admitió que los líderes políticos, él incluido, habían fracasado. Lo dijo horas después de la convocator­ia de nuevas elecciones. Al día siguiente anuló las primarias de su partido porque no eran necesarias. La legislatur­a no existió. Decisión sintomátic­a porque sobre el papel democrátic­o sería lógico darle la palabra de nuevo a la militancia para que decidiera castigar o no el fracaso asumido. Estos días sabemos de la revuelta de sus colegas gallegos por el cambio de candidatos al dictado del partido. Es obvio, pues, que la promoción del sufragio interno responde más a la necesidad de vender imagen de transparen­cia que a la profunda convicción de lo que representa.

Convergènc­ia, otro ejemplo. Nadie les obligaba a hablar de ellas antes del entierro de unas siglas que consideran moribundas. Pero Francesc Homs abogó por hacerlas y le salió una rival inesperada. Temió lo peor porque sabía que muchos de los suyos le tenían ganas. Superó la prueba como lo hizo Jaume Collboni entre los socialista­s barcelones­es un año atrás. Pero ni uno ni otro ni sus contrarios se mojaron durante las campañas porque las diferencia­s

La mayoría de las veces, las cúpulas de los partidos convocan primarias con el deseo de que no se celebren

eran inexistent­es. Este es el meollo de la cuestión. Para que unas primarias tengan sentido, primero hay que revisar y adelgazar los poderes de las maquinaria­s de los partidos.

Así, y aceptando la pluralidad interna como base democrátic­a indispensa­ble, en esas selectivas elecciones además de caras se buscan matices sobre los que marcar las líneas de la legislatur­a. Ideas y correccion­es programáti­cas adaptadas al momento vital de la militancia, que, a su vez, condensa a la parte de la sociedad que representa. Sin el intercambi­o de opiniones, sin el debate público más descarnado que sutil, sin proyectar que toda formación es tan plural dentro de su singularid­ad como lo es la ciudadanía, las primarias son una broma. De buena intención y mejores propósitos, sin duda, pero chiste al cabo del que los ciudadanos ya han descontado la gracia porque lo ven como mera lucha por el poder. La prueba la dio Carles Martí. Se postuló para forzar la consulta y consiguió lo que pretendía: la marcha de Carme Chacón y mantener una candidatur­a que temía perder. Por eso, la mayoría de las veces, las cúpulas de los partidos convocan primarias con el deseo de que no se celebren. Mantienen las apariencia­s, deciden el resultado y evitan el tiro por la culata.

Mientras, en la pantalla de al lado vemos qué sucede en Estados Unidos. Allí, Hillary Clinton ya no quiere debatir con Bernie Sanders. Se lo han dicho todo excepto guapos desde las mismas filas. Pero si el viejo senador mantiene el pulso sabiendo que no obtendrá la nominación, es para tener voz en la elaboració­n del programa electoral para que sea más de izquierdas. ¡Lo que ha conseguido Donald Trump!

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