La Vanguardia (1ª edición)

Liarla parda en París

- Martina Klein

Así como un reloj parado acierta la hora dos veces al día, vestirse en París en esta época del año supone el mismo margen de éxito. Enfúndate lo primero que pilles y habrás dado en el clavo durante un par de horas. Con suerte. Si, además, una viaja con niños, tiene que hacer un ejercicio de abstracció­n máxima: cosas que nos van a hacer falta. Y de ahí sale una mochila con las chaquetas de entretiemp­o y los paraguas. En mi caso, como los niños ya son mayorcitos, nos turnamos para llevarla. Eso hace que nadie en concreto sea responsabl­e de ella. Bueno sí. El adulto, que en este caso, soy yo.

Y así vamos por una de las ciudades más bellas que conozco: cruzando puentes, girando esquinas, mirad, este monumento es en honor de lady Di, ¿quién?, leen, explicas, les haces una foto, cruzamos, ¡mira, la torre Eiffel! foto, foto, foto. Es pequeña, no, es grande, no, es enorme, selfie, selfie, selfie. Quítate el jersey, que estás sudando, guárdamelo, no, átatelo en la cintura, tengo sed, ahora compramos agua, ¡hala, cuatro euros por esta botella!, no te la bebas toda. Mira, el bus turístico, ¿lo cogemos? Ahí venden los tickets. El señor nos ofrece por unos euros más tomar el barquito por el Sena. ¡Sí! ¡Barqui-to-Bar-qui-to!

Lo cierto es que a pesar de los atentados que sacudieron París el pasado 13-N, el miedo no hace perder la compostura a la ciudad. Eso sí, el Vigipirate está activado y en su máximo apogeo. El Vigipirate es el sistema

¿Te imaginas que suspenden Roland Garros y desalojan el recinto por culpa de mi mochila?

de seguridad nacional que, ante situacione­s de alerta máxima de posibles atentados terrorista­s, “autoriza al Gobierno a la plena movilizaci­ón de los servicios del Estado para garantizar la seguridad de todos los puntos del territorio”. Eso implica que te cruzas agentes, policías y militares con metralleta constantem­ente. ¿Mamá, es normal que estemos caminando junto a cuatros soldados armados? Ahora sí, cariño.

Y nos vamos a Roland Garros, y hace un sol de justicia, y compramos gorras, salimos de la tienda y se nubla. Nos sentamos a ver el partido de David Ferrer y Feliciano López. Caen gotas, refresca, ponte el jersey, dame la chaqueta, llueve más, ten el paraguas. Suspenden el partido. ¡Sálvese quien pueda, la que está cayendo! Deja de llover, guardamos chaquetas y paraguas. ¿Nos tomamos un helado en la plaza de los Mosquetero­s? Tengo que ir al baño, yo también. ¡Oye, parece que hay un sitio con juegos para niños! ¡Vamos! Por cierto, ¿dónde está la mochila?. Silencio. Yo no la tengo. Yo tampoco. Ni yo. ¡Se ha quedado donde los helados! Oh, no.

Ahí está la mochila. Rodeada de cinco agentes de seguridad, que mantienen un circulo a su alrededor. Hablan por walkies y pinganillo­s. ¡Es mía! ¡Lo siento! Perdón. Je suis desolée. ¿Usted sabe que esto es muy grave? Sí, lo sé, lo siento.

Y mientras me alejo me quedo pensando. ¿Te imaginas que suspenden el torneo y desalojan el recinto por culpa de mi mochila? Y ¿te imaginas que no lo hacen por culpa de la de otro? Y un sudor frío me recorre la espalda.

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