La Vanguardia (1ª edición)

“A mí me gustan los hombres que se parecen a mi padre, sí, lo admito”

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Hay apellidos que pesan. Y hay que ser muy valiente para que no te aplasten. Blanca Marsillach (Barcelona, 1966) es la hija menor del actor, director y autor dramático Adolfo Marsillach, quien fue una de las figuras más brillantes del teatro español en décadas. El 10 de junio adaptan en Barcelona Una noche con los clásicos, que en su día interpreta­ron Amparo Rivelles, María Jesús Valdés y el propio Marsillach.

¡Cuántos aniversari­os! Se cumplen 20 años de ese estreno y 30 desde que su padre fundó la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Estoy pensando en hacerle un guiño de la profesión. Utilizamos una retroproye­cción y hay momentos que parece que lo tengo ahí, en la pantalla… “¿Por qué me besó Perico, por qué me besó el traidor?”, digo, y aparece esa complicida­d que tengo con mi padre. ¡Actúo con él, cosa que nunca pude hacer!

Al verle en esa pantalla, ¿piensa que fue mejor actor que padre?

Tengo la gran ventaja de que no me puede corregir. Puedo imaginarlo: “¡Te has comido una sinalefa y un encabalgam­iento!”. Le observo como ser humano, como actor, como hombre… Él era agnóstico, pero, ¿sabe?, le veo dudar en esa pantalla, cuando dice “vivo sin vivir en mí”… Al final de su enfermedad yo creo que quería creer en algo.

¿Recuerda la última vez?

En el escenario, con Quién teme a Virginia Woolf. Cuando estás al final de tu vida, tienes un cáncer y has arriesgado mucho, te lo has jugado en cada función, lo quieres dar todo. Fue duro. Y muerto, en casa. Le puse un papel en el bolsillo del pijama: “Terminaré lo que tu empezaste”.

¿Su apellido es suerte o losa?

Pueden ser las dos cosas, privilegio y mala jugada.

Que oscurece a su madre,Teresa

del Río, un carácter.

Ni ella misma sabe lo maravillos­a que es. Fue cuarta finalista en miss Universo, la primera de los suyos en trabajar en Hollywood –una película con Richard Burton–, adelantada a su tiempo, habla cuatro idiomas... Una niña bien de Cádiz. Siempre nos inculcó el optimismo y no depender jamás de un hombre. Muy rebelde, independie­nte. Por eso chocaron tanto: eran tan líderes en lo suyo, tan potentes los dos…

Nunca se casaron.

Eso jamás lo acabé de entender. Mi madre dice que se casó “pero poco”, en México. No sé, ¿fue otra función?

Su abuelo y bisabuelo fueron

periodista­s. ¿Se atreve con eso?

Me gusta escribir y el género de la entrevista, de hecho siempre estoy pidiendo trabajo como periodista.

¿Tengo que preocuparm­e?

Nooo, ¡nadie me contrata! Una época me dio por cantar, pero tampoco servía para eso.

¿Se imagina dentro de diez años cerca o lejos del escenario?

En el teatro, actuando, y dentro de veinte también. Y si no, en una granja, rodeada de animales. De hecho yo tuve una historia de amor con una orca...

¿Cómo?

Ulises. Le entrenaba, en el zoo de Barcelona. Una relación fascinante.

¿El talento se hereda?

Tal vez sí, pero luego tienes que fomentarlo.

¿Y la seducción?

A mí me gustan los hombres que se parecen a mi padre, sí, lo admito. Elegantes, atractivos, muy inteligent­es... Si no han cumplido los 50, ya ni hablo con ellos. A partir de los 60 es cuando un hombre empieza a estar en paz, bien, porque ya no tienen ese desasosieg­o. Ya son seres humanos que “sienten”.

Sé que no quiere hablar de él, pero ¿su pareja es también actor?

No. Lo nuestro es un pacto de sangre que hicimos siendo muy jóvenes. Un pacto sagrado, basado en

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Blanca Marsillach quiso virar un día hacia el teatro social, Varela Produccion­es se lo permitió y hoy sueña con llevar ese proyecto al extranjero mientras rinde homenaje a su padre en n Barcelona: Entre versos y Marsillach

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