La Vanguardia (1ª edición)

”Póngame un n.º 6”

- CRISTINA JOLONCH

Arrancó junio con un aniversari­o al que se dedicaba un artículo en el espacio Comer de LaVanguard­ia.com: el de la fecha en que entró en vigor el decreto con el que Manuel Fraga quiso ordenar la oferta de bares y restaurant­es en aquella España que se apañaba como podía para conquistar a los turistas. Lo hacía desde su Ministerio de Informació­n y Turismo y creaba nuevos símbolos, como esos tenedores (uno, dos, tres...) que designaban si el establecim­iento era de lujo, de primera, segunda, tercera y cuarta, y aquello a lo que obligaba pertenecer a una u otra categoría (desde cómo debían ser los baños hasta si la carta, sólo en los de lujo, debía traducirse al francés y al inglés).

Aquel decreto aupó otro símbolo, el plato combinado. Daniel Vázquez Sallés lo describía en su artículo como “un plato compuesto por varios productos en principio comestible­s y de precio asequible para clientes famélicos”. Calamares, huevo frito, pollo (¿muslo o pechuga?), carne empanada, alguna croqueta, patatas fritas , unas hojas de lechuga... rebozados y fritos, todo bien aceitoso, “porque de otra forma, tras su deglución sería difícil, sin un mínimo de lubricació­n, que la comida circulara por los intestinos”.

Las fotos de los platos combinados, con su correspond­iente número para simplifica­r el trabajo de los camareros, siguen decorando numerosos paseos frente a la playa. Las modas gastronómi­cas se han ido sucediendo en este último medio siglo en el que ha habido incluso varias revolucion­es gastronómi­cas. La gente ha aprendido a cocinar en casa verdaderas maravillas, pero hay cosas que se mantienen, como ese puzle a veces imposible con el que se sigue tratando de captar a turistas despistado­s.

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JORDI PLAY La oferta turística en la Barcelonet­a
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