”Póngame un n.º 6”
Arrancó junio con un aniversario al que se dedicaba un artículo en el espacio Comer de LaVanguardia.com: el de la fecha en que entró en vigor el decreto con el que Manuel Fraga quiso ordenar la oferta de bares y restaurantes en aquella España que se apañaba como podía para conquistar a los turistas. Lo hacía desde su Ministerio de Información y Turismo y creaba nuevos símbolos, como esos tenedores (uno, dos, tres...) que designaban si el establecimiento era de lujo, de primera, segunda, tercera y cuarta, y aquello a lo que obligaba pertenecer a una u otra categoría (desde cómo debían ser los baños hasta si la carta, sólo en los de lujo, debía traducirse al francés y al inglés).
Aquel decreto aupó otro símbolo, el plato combinado. Daniel Vázquez Sallés lo describía en su artículo como “un plato compuesto por varios productos en principio comestibles y de precio asequible para clientes famélicos”. Calamares, huevo frito, pollo (¿muslo o pechuga?), carne empanada, alguna croqueta, patatas fritas , unas hojas de lechuga... rebozados y fritos, todo bien aceitoso, “porque de otra forma, tras su deglución sería difícil, sin un mínimo de lubricación, que la comida circulara por los intestinos”.
Las fotos de los platos combinados, con su correspondiente número para simplificar el trabajo de los camareros, siguen decorando numerosos paseos frente a la playa. Las modas gastronómicas se han ido sucediendo en este último medio siglo en el que ha habido incluso varias revoluciones gastronómicas. La gente ha aprendido a cocinar en casa verdaderas maravillas, pero hay cosas que se mantienen, como ese puzle a veces imposible con el que se sigue tratando de captar a turistas despistados.